¿Cuántas veces hemos escuchado que la innovación biofarmacéutica y, en concreto, la medicina de precisión hace imposible la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud? Los que trabajamos desarrollando fármacos, muchas. Se lo aseguro.
Pero no por más que se repita va a ser cierto. La medicina de precisión es un enfoque médico que busca personalizar el tratamiento y la prevención teniendo en cuenta las características individuales de cada persona, desde su genética hasta los factores ambientales a los que está expuesta, pasando por sus datos clínicos previos o su estilo de vida.
Por eso, a diferencia de la medicina tradicional, que suele utilizar tratamientos “de talla única” para una misma enfermedad, la medicina de precisión intenta identificar qué fármacos funcionan mejor para cada individuo o grupo reducido de personas.
En Amgen, conocemos bien las virtudes de la medicina de precisión. Gracias a nuestros profundos conocimientos en biología generativa e ingeniería molecular, y a nuestra inmensa base de datos humanos con más de 2,5 millones de muestras de ADN, conseguimos desarrollar fármacos para tratar enfermedades con una precisión impensable hace unos años.
Con los fármacos de precisión no solo se logra una mayor probabilidad de éxito terapéutico, sino que también se evitan efectos adversos innecesarios al anticipar cómo puede reaccionar el cuerpo de cada paciente a ciertos medicamentos (lo que llamamos farmacogenética); y se mejora su calidad de vida reduciendo el número de tratamientos, así como las necesidades asistenciales en general.
Hoy en día, la oncología es el ámbito en el que la medicina de precisión es ya una realidad más palpable. En los tumores, las diferencias genéticas influyen considerablemente en la efectividad del tratamiento. Por eso, la identificación de biomarcadores (como, por ejemplo, algunas moléculas biológicas presentes en fluidos corporales o tejidos) ayuda a que los clínicos pueden decidir de manera más rápida y segura cuál es el tratamiento más efectivo.
En cáncer de mama, por ejemplo, diversos estudios señalan que gracias a la medicina de precisión se ha evitado que alrededor del 30% de las pacientes reciban quimioterapia innecesariamente, al conocer cuál era la mutación de su tumor y poder administrar tratamientos más eficaces y menos agresivos.
Algo similar sucede con el cáncer de pulmón no microcítico en el que, gracias a pruebas genéticas para detectar mutaciones como KRAS, EGFR, o ALK, se pueden utilizar tratamientos dirigidos que han alargado la supervivencia y la calidad de vida de los pacientes. Se evitan, de esta manera, exposiciones a fármacos que, por las características biológicas específicas de la persona o del tumor, no serían efectivos. Es, por tanto, una atención totalmente centrada en el perfil específico de cada paciente que mejora su pronóstico y calidad de vida.
Si además nos fijamos en la inversión que esto supone para el Sistema Nacional de Salud y para el Estado en general, no hay lugar a duda de que la medicina de precisión debe ser el camino. Las terapias dirigidas evitan el gasto en fármacos no efectivos; se reducen las reacciones adversas y los tratamientos derivados; se hace una dosificación óptima de los fármacos; y se reducen el número y duración de las hospitalizaciones.
Todo esto supone importantes ventajas económicas para el Sistema Nacional de Salud. Pero es que, si echamos una mirada económica más holística, veremos que las bajas laborales también son menores y, el ciudadano, regresa a la normalidad de su vida -y al consumo- con más prontitud. Y ahí está la clave: en la medicina de precisión, no hay que fijarse en el coste individual por tratamiento sino en el coste global.
Fue de gran agrado comprobar a finales del año pasado como la Estrategia de la Industria Farmacéutica 2024-2028 del Gobierno incluía la incorporación de un conjunto de biomarcadores y pruebas genéticas en la cartera común de prestaciones del Sistema Nacional de Salud.
Es un avance relevante para la medicina de precisión. Sin embargo, para que su
despliegue sea efectivo, nuestro Sistema Nacional de Salud tendrá que hacer una
transformación profunda a varios niveles.
A modo de ejemplo, necesitamos mejorar nuestras plataformas de datos clínicos y genéticos para que sean interoperables, conectando las áreas asistenciales entre sí y con centros de investigación; implementar historias clínicas electrónicas enriquecidas, que integren datos asistenciales, genéticos, moleculares e incluso ambientales; y, por supuesto, apoyarnos en el uso de inteligencia artificial para ser capaces de analizar el volumen de información que se derivará de todo eso.
Todos esos cambios deberán ir acompasados de un refuerzo en los recursos humanos y de nuevas especialidades ligadas a la medicina personalizada, como la Bioinformática o la Genética Clínica, cuya creación está parada desde hace años.
La medicina de precisión va a ser, en un futuro muy próximo, LA medicina, así que no nos queda otra que trabajar conjuntamente −compañías, Gobiernos y profesionales sanitarios− para encontrar las mejores soluciones que posibiliten que los pacientes beneficien de estas terapias lo antes posible.




