A primera hora de la mañana, tal y como marca el protocolo, la presidenta del Congreso, Francina Armengol, procedía a abrir las puertas de bronce -Puerta de los Leones- reservadas para el Rey o para estas jornadas, y recibir a los que esperaban desde temprano al otro lado para entrar al Hemiciclo. “¡Qué afortunada de estar aquí!” decían las primeras visitantes.
Las de esta ocasión son unas Puertas Abiertas un tanto especiales, no solo porque se celebraban en verano sino porque las Cortes conmemoran la primera vez que los españoles acudieron a las urnas democráticamente tras la dictadura en 1977. Las bermudas, las gafas de sol y las sandalias irrumpían en la Cámara rompiendo su usual solemnidad. Era la tercera vez que los leones daban la bienvenida a los ciudadanos en junio, la última vez fue en 2007.
A lo largo del día, sus señorías dejaban a un lado sus labores legislativas para ejercer unos de guías de arte y explicar a los más curiosos las distintas obras que componen la bóveda del Hemiciclo, otros, mientras tanto, contaban a los visitantes anécdotas de esas que no quedan registradas en los Diarios de Sesiones. La emoción de los ciudadanos era el hilo musical de la celebración, hasta el punto de que uno de ellos se arrancó a cantar el Himno de la Alegría animando al resto a unirse al unísono.
Diálogo con la ciudadanía
Francina Armengol era la anfitriona de la celebración, Como si de una estrella del pop se tratase, la presidenta de la Cámara Baja posó con todo aquel que se le acercaba para robarle un “selfie”. La presidenta se unió a una de las expresiones y muletillas que más se repetían entre las bancadas, confesándole a un grupo de mujeres lo primero que pensó en su llegada al Parlamento: “Esto es muy pequeño” y añadía que, en ciertos momentos, debido a la escasa distancia física entre los escaños y la mesa, escucha “cosas que preferiría no oír”.
Los ciudadanos acostumbraron a aprovechar su vista al Congreso para lanzar sus propias peticiones a los diputados. Entre esas peticiones, la de una pareja a la secretaria segunda de la Mesa, Isaura Leal, a la que solicitaban “llegar a acuerdos sin insultos y con educación”. Leal reconocía que días como estos son “de las cosas más gratificantes en nuestra vida parlamentaria, muchos de ellos repiten, vienen de todas partes a interesarse por nuestro trabajo”. “¿Usted por donde es diputada?” interrumpía a la secretaria segunda una de las visitantes que quería inmortalizar su visita al Congreso y le consultaba por el reparto de los escaños del Gobierno.
Esta legislatura será recordada como la primera en la que se pudieron utilizar las lenguas cooficiales desde la tribuna, pero nada tendrá que ver con la variedad de idiomas que se escuchaba en las Cortes. Un turista asiático conversaba con un diputado por Valladolid, una diputada por Huelva ayudaba a un brasileño a encontrar las balas del 23-F y un alemán le regalaba una pulsera a un diputado catalán.
Los ujieres, esenciales en estos actos, eran testigos de las “batallitas” que una abuela le contaba a su nieto; “En el 77 yo me había venido a vivir a Madrid y fui a votar con tu abuelo. Hay que votar siempre, que ha costado mucho”. Lo cierto es que las estampas familiares eran frecuentes: padres, que no venían desde “EGB”, vuelven ahora con sus hijos, pequeños que paseaban por primera vez por los pasillos más famosos del país, estudiantes que fantaseaban con volver pero con el acta de parlamentario bajo el brazo. No todo son primeras veces, los hay que esperan cada año a las fechas señaladas en el calendario para regresar al lugar que consideran el hogar común de todos los españoles.