Abanderar los derechos humanos en un momento como éste pasa por agitar los colores rojo, negro, blanco y verde de Palestina, como una nueva ola indignada viene haciendo desde la última invasión de Israel sobre la franja de Gaza. Esta semana también lo hacemos en los centros de trabajo, mientras el llamado plan de paz aceptado por Israel y Hamas empieza a dar pasos adelante con la liberación de rehenes, presos, y la llegada de comida a la franja.
La historia nos hace ser cautos con el alcance del plan, que tiene más que ver con un acuerdo de alto el fuego – lo que salvará vidas con seguridad – que con un compromiso de paz duradera. Es un desafío complicado cuando se excluye al pueblo palestino de la toma de decisiones. Cuando se perpetúa la ocupación. Cuando se siguen ignorando las resoluciones de Naciones Unidas que Israel lleva décadas incumpliendo.
Nada de lo que sucede hoy en Gaza o en Cisjordania comenzó hace dos años. Difícil cambiarlo con un plan que no sale del esquema colonial y no cuenta con el pueblo palestino, que consolida la ruptura de cualquier escenario de multilateralidad, y refleja políticas exteriores que se mueven al capricho de los intereses de las potencias como EEUU e Israel.
La idea de un Estado palestino, libre y soberano y la solución de los dos estados, que aunque poco viable es la que defiende Naciones Unidas, se desvanece ante los planes expresados por Netanyahu de no abandonar Gaza y de anexionarse Cisjordania, así como por el plan de que el futuro gobierno de Gaza sea administrado por un comité tecnocrático supervisado por una “Junta de Paz” que dirigiría Donald Trump con presencia del exprimer ministro britanico Tony Blair.
Nada se dice sobre el plan de reconstrucción de Gaza, que deberá contar con los y las palestinas, y deberá fundamentarse en derechos, reconciliación y justicia social, garantizar el acceso a un trabajo decente y el respeto a los derechos humanos y sindicales y que no responda únicamente a los intereses especulativos y las injerencias extranjeras.
Esta es una cuestión de clase y de justicia social. Las personas trabajadoras han sido quienes más han sufrido las consecuencias del genocidio. Las agresiones de Israel han arrasado las vidas de las personas trabajadoras palestinas y sus derechos, pero también cualquier proyecto de futuro digno para la clase trabajadora, lo que ha sido denunciado sin cesar por los sindicatos palestinos.
Todo ello nos interpela como sindicatos de clase defensores de los derechos de la clase trabajadora y de la dignidad de los pueblos y nos lleva a reafirmar nuestro compromiso con la paz, el respeto al derecho internacional y la defensa de los derechos humanos. Pero también a la defensa de los sistemas democráticos y del multilateralismo para conducir las relaciones internacionales en términos civilizados.
Las personas trabajadoras han sido quienes más han sufrido las consecuencias del genocidio
No podemos asumir el imperio de la fuerza. Es momento de apostar por democracias sociales que están siendo cuestionadas de forma impúdica por la administración de Donald Trump, y que suponen un riesgo para los estados sociales y de derecho, y por tanto para los intereses de la clase trabajadora en todo el mundo.
El mundo no puede bajar la guardia, toca mantener la tensión de la movilización porque hay que lograr el alto el fuego definitivo y el fin de los crímenes de guerra y lesa humanidad, el fin de la constante vulneración de la normativa internacional y de los derechos humanos, así como la ocupación ilegal de territorios y los desplazamientos forzosos en Palestina.
SOBRE LA FIRMA:
Cristina Faciaben es secretaria confederal de Internacional y Cooperación de CCOO