En tiempos de una incertidumbre que tiñe cualquier evento global, el acuerdo alcanzado en la Conferencia del Clima (COP29) de Bakú es una nueva oportunidad ganada – se triplica la financiación a los países en desarrollo y hay un nuevo acuerdo sobre las emisiones de carbono- para seguir avanzando en una emergencia en la que cada paso es una avance.
De hecho, la mejor lucha contra una geopolítica global volátil es cerrar acuerdos como el de este año, incluso sin la satisfacción de todos los países. Por tanto, como observador de esta ronda negociadora, es una oportunidad ganada pese a ser consciente de las críticas que ha suscitado.
Si la COP28 marcó los targets para combatir el calentamiento global, Bakú habrá sido el escenario de una nueva hoja de ruta para la financiación de esta lucha contra el tiempo -seguramente algo menos ambiciosa de lo deseado- pero que nos debe conducir a Brasil con planes de país bien definidos y mejor financiados.
Es una oportunidad ganada por el sentido de urgencia que se percibe, por la necesidad de avanzar juntos desde las diferencias, y con objetivos financieros que se tenían que renovar desde un suelo de 100.000 millones de dólares de estos últimos cuatro años. A mi juicio, llegar a los 300.000 millones en el horizonte 2035 es mejorar el rumbo.
Luces largas para el largo plazo en un momento en el que el panel de expertos del clima ya ha advertido que el aumento de temperaturas está tan disparado que todas las medidas ya son de una urgencia extrema
El reto, sin embargo, no es contar con fondos únicamente, sino ser capaces de catalizarlos en acciones concretas de adaptación y mitigación que de forma efectiva lleguen a la realidad de los ciudadanos y de las empresas, que también tienen que acelerar sus planes de adaptación para ser más competitivas y eficientes.
Los resultados, como expresaron algunas de las partes durante las reuniones que mantuve en Bakú la semana pasada como vicepresidente de la Asamblea Parlamentaria de la OSCE encargado del portafolio del clima, no van a satisfacer, como así ha sido, a todas las partes. Pero se desprende una certeza: ante la incertidumbre geopolítica global y también europea tras y ante los diversos procesos electorales, hay una sensación de urgencia, de que cualquier avance es una victoria ante posibles retrocesos futuros que algunos ya dejan entrever. Y eso ha prevalecido tras dos semanas intensas en las que pienso sinceramente que hemos avanzado.
Urgencia de acción en el corto plazo, pero luces largas para el largo plazo en un momento en el que el panel de expertos del clima ya ha advertido que el aumento de temperaturas está tan disparado que todas las medidas ya son de una urgencia extrema.
Si vamos a superar los 2 billones en 2024 en inversiones en energías limpias, este acuerdo de Bakú debe ser un punto de partida para que aceleremos aún más, pero sobretodo para que nos ayude a entender que el cambio climático es el reto planetario que necesita movilizar más voluntad política y fondos públicos y privados en el corto, medio y largo plazo. Canalizar fondos es ahora la clave para activar a la vez los planes de acción país de cara a la próxima cumbre.
