El Congreso debatirá en las próximas semanas la convalidación o derogación del Real Decreto-ley que da soporte a la respuesta española (en el marco de la respuesta común europea) a la agresiva transformación de la política arancelaria americana en un arma de destrucción del multilateralismo y, de paso, de la hegemonía americana.
Las familias, las empresas y la economía española no entenderían que los partidos políticos con representación parlamentaria no estuvieran a la altura del impacto a los sectores exportadores españoles, pero, sobre todo, del reto político que supone esta brusca transformación del papel de los EEUU en el mundo.
A favor de los EE.UU.
El mundo que hemos conocido, nacido tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial, ha sido un mundo bajo un dominio absoluto de la cultura y la economía americana. El multilateralismo y expansión del comercio global han permitido uno de los periodos de mayor crecimiento económico y de expansión de la democracia de la historia de la humanidad. La enorme capacidad de EE.UU. para generar alianzas ha sido clave en esa inmensa transformación.
La incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio en 2001 posiblemente haya sido uno de los mayores éxitos del poder blando americano. El éxito económico chino, lejos de suponer un riesgo político o económico, ha sido el responsable directo de la mayor disminución de la pobreza extrema en el mundo desde que existen datos (más de 800 millones de personas ha superado el umbral de 2.15 dólares/día establecido por el Banco Mundial).
Aun así, gran parte del mundo sigue siendo un lugar gobernado por la tradición y el fanatismo, donde la libertad y el progreso es un privilegio de países ricos y elites políticas y económicas. Además, la explosiva mezcla de globalización y economía financiera pese a permitir un espectacular aumento de la riqueza global, ha ido acompañado de un insoportable incremento de la desigualdad en el interior de los países avanzados.
El presidente Trump y la coalición de oligarcas, libertarios y fanáticos religiosos que ha arrebatado el control del Partido Republicano a la derecha conservadora, ha sabido leer (y estimular) mejor que nadie, el malestar de una parte de la población americana que piensa que el mundo no es su problema y que los responsables de que sus vidas estén estancadas o en retroceso, solo pueden ser las elites progresistas que lo gobiernan.
Frente a la globalización, la democracia (como burocracia), el feminismo, el cambio climático y tolerancia frente a la inmigración, era tan sencillo señalar un culpable, como difícil buscar una solución al vacío vital, al miedo al futuro y al retroceso económico real de la clase media y trabajadora americana.
Los partidos políticos con representación parlamentaria no estuvieran a la altura del impacto a los sectores exportadores españoles
“Para todos aquellos que habéis sufrido abusos o habéis sido traicionados… yo soy vuestra venganza” dijo Trump en Waco en su primer mitin de campaña.
Venganza y dominación, esa es la promesa. EEUU dominando el mundo, el cristiano blanco al inmigrante, el hombre a la mujer. El futuro reaccionario es siempre un glorioso pasado imaginado. Ninguna de estas promesas resuelve, sino todo lo contrario, los problemas de la clase media y trabajadora, pero la globalización, las políticas igualitarias en un contexto de servicios públicos débiles, tampoco.
Por eso a más de seis millones de americanos les pareció bien no volver a votar a los Demócratas y poner en bandeja la mayor concentración de poder en manos de un presidente americano desde… desde siempre. Digámoslos claro, la democracia americana funciona. Nunca nadie dijo que la democracia garantice la elección del mejor, si, y por suerte, la elección de quien logra mayor apoyo popular.
Pero ¿podrá cumplir Trump su promesa de venganza y dominación? En apenas dos meses de gobierno, la coalición reaccionaria ha demostrado un activismo sin igual y, también, un inmenso desconocimiento de la historia y de la naturaleza humana. Sus promesas de paz en Gaza y Ucrania se han vuelto contra la administración Trump. Israel, pese a los 67.000 millones de dólares gastados en el genocidio gazati, no puede evitar que estos regresen a sus casas arrasadas con sus carros tirados por animales y cargados del odio que produce más de 50.000 muertos inocentes.
Los patéticos resorts turísticos se le resisten a Trump. Rusia llora casi 800.000 muertos por un puñado de kilómetros cuadrados en su inmensa frontera sur. Y lo que es peor para la continuidad del régimen ruso; su oligarquía llora la perdida de casi la mitad de su fortuna en el mundo. Putin no puede aceptar una paz americana por mucha humillación que suponga a Ucrania y a la UE. La paz rápida que prometió Trump para demostrar su posición dominante en el mundo supondría el final de Putin y Netanyahu. Se le resistirán.
¿Podrá cumplir Trump su promesa de venganza y dominación?
La lista de torpezas es tan larga como la de iniciativas. El dueño del mundo se tuvo que contentar con una patética visita de su vicepresidente a una base americana en la “insignificante” Groenlandia y, de momento, la cómoda y egoísta Europa, lejos de romperse y caer tendida a los pies de Trump, en lugar de que la extrema derecha a los gobiernos nacionales y ha puesto en marcha la mayor reacción contra una amenaza exterior desde el final de la II Guerra Mundial. No, la amenaza que exige un rearme político y militar europeo no es la débil Rusia, sino el final del atlantismo y del comercio mundial bajo la protección del ejército americano.
Las cosas se complican
Nada está saliendo bien a Trump, ni fuera ni dentro de los EE.UU. Desde Boehm la antropología ha certificado y la historia demostrado la capacidad de los humanos de generar “coaliciones subordinas” para deshacerse de aquellos que ponen en peligro la continuidad de su comunidad. El “bufón” de Zelenski plantando cara al dueño del mundo o el renacido orgullo canadiense, son solo dos de sus más recientes manifestaciones.
El enfrentamiento con los medios de los comunicación, los jueces y el chantaje a las universidades, lejos de una muestra de poder lo está siendo de arbitrariedad y debilidad. El brutalismo político de la administración Trump está concitando tantas horas de televisión y espectáculo como de resistencia, aun sorda, en los propios EE.UU. y en el mundo.
¿Es esto un motivo para el optimismo? Peor sería la sobornación pero, la guerra comercial provocará una nueva recesión mundial, debilitará las economías del bienestar y castigará, aún más, a las clases medias y trabajadoras, sobre todo, a la americana. No, las cosas empeorarán y cuando la coalición reaccionaria empiece a resquebrajarse, tras causar no poco dolor y pobreza, aun puede venir lo peor.
Nada mejor que una guerra, esta sí, militar, quizás ya en el Pacifico, para activar una economía planificada en la que acumular inmensas fortunas y aplastar los derechos civiles bajo la miseria del patriotismo, será, además, el mejor momento para neutralizar los resortes de la democracia, someter a la prensa, la judicatura y perseguir a la oposición, como ya ha empezado a hacer con funcionarios y profesores universitarios. ¿Lo permitirá el pueblo americano, el europeo? No lo creo. Pero para entonces el mundo ya será distinto y EE.UU. se habrá infligido a si mismo y a occidente, un daño irreparable.
Trump no puede ganar. La extrema derecha, como antaño al totalitarismo, ofrece promesas imposibles, irreales; el pasado nunca vuelve y la venganza y la dominación solo genera, antes o después, resistencia. Pero el problema seguirá ahí; el vacío vital ante la caída de los opresivos roles de género, el miedo a un futuro dominado por una tecnología incomprensible y amenazado por el cambio climático y, el retroceso económico real de la clase media y trabajadora occidental frente a la inmensa acumulación de capital de sus élites globales, seguirán siendo problemas reales que deterioren la confianza en la democracia.
La fe en la ciencia, el respeto a los derechos humanos y a la diversidad, servicios y prestaciones públicas para ayudar a los que se quedan atrás y un sistema de gobierno, lento y desesperante, pero que, al menos, evite las decisiones equivocadas de los “hombres fuertes” en el pasado, han sido los mejores aprendizajes sobre los inmensos errores cometidos por la humanidad. Pero estos aprendizajes son incompatibles con el aumento de la desigualdad en el interior de las naciones y con el impacto de la acumulación de la riqueza rentista global, por muy algorítmica que esta sea.
A favor de Europa
Quizás, ahora sea la vieja Europa la que pueda ayudar a la impetuosa América, a quien tanto debemos en “nuestras horas más oscuras”. Europa aún está a tiempo de evitar que coaliciones reaccionaras arrastren a nuestros partidos conservadores a repetir, ya como farsa, fracasos ya vividos en el pasado. Estamos más preparados que nuestros aliados para resolver los problemas de desigualdad y miedo al futuro. Quizás todo lo que Trump crítica de Europa sean nuestras fortalezas. Sin duda al pueblo americano le iría mejor con nuestros imperfectos sistemas de protección social que, sujetos a la ilusoria promesa de un éxito individual solo posible para unos pocos.
El problema de los EE.UU. no es la pérdida de su hegemonía mundial, en absoluto amenazada por el crecimiento económico Chino. El problema de los EE.UU. es no haber utilizado su posición de dominio mundial para proteger de los cambios laborales y culturales que su propio poder tecnológico y económico ha provocado en una gran parte de su población, enriqueciendo y venerando indecentemente a algunos, mientras se empobrecía y despreciaba a los demás. Es más fácil atacar la creciente influencia china o la cómoda protección social europea que comprometerse a garantizar educación, sanidad y protección laboral al americano medio.
Europa aún está a tiempo de evitar que coaliciones reaccionaras arrastren a nuestros partidos conservadores a repetir, ya como farsa, fracasos ya vividos en el pasado
Es difícil defender que Rusia es Europa pese a estar gobernada por una oligarquía criminal. Es difícil defender que los valores de la democracia europea solo son viables en el mundo con aliados como los EE.UU. Nuestro problema no es el pueblo americano, sino la coalición reaccionaria a quienes han votado.
Europa debe rearmarse política y militarmente a favor de sí misma, de sus valores y de su forma de vida y la mejor forma de hacerlo es reducir las desigualdades y facilitar oportunidades que promuevan la innovación. Esto va de Europa, de proteger a los que el mercado (y la mala política) castiga injustamente, manteniendo siempre la mano tendida al resto del mundo, a nuestros socios, a China, al mundo árabe, porque vivimos en un planeta pequeño con problemas muy grandes.
Confiemos que su señorías entiendan que de esto va su voto.
SOBRE LA FIRMA:
Joan Navarro es presidente del Instituto Europeo de Asuntos Públicos y Gobierno – Universidad Nebrija.
