A finales de febrero, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicó los resultados de su encuesta sobre la percepción de la ciudadanía española en la evolución de la tecnología en general, y de la Inteligencia Artificial en particular.
En cuanto a esto último, podemos destacar los resultados que arroja la pregunta que se refiere al sentimiento que genera entre los más de 4.000 encuestados, la evolución de la IA, donde se aprecia un claro cambio de tendencia con respecto a las respuestas dadas en esa misma pregunta, cuando la pregunta se centraba en el avance de la tecnología, en general.
En efecto, cuando se pregunta por el sentimiento de la población con respecto a la evolución de la tecnología, el resultado mayoritario muestra como principal resultado el del interés, hecho que puede valorarse de manera positiva. Por el contrario, cuando la pregunta se centra en la IA, esa sensación de interés desciende hasta el tercer lugar, siendo superada por dos conceptos con connotaciones menos positivas, como son la “incertidumbre” y la “preocupación”.
Es muy probable que esa falta de certidumbre manifestada por los encuestados, unida a una preocupación más que razonable ante el rápido avance y el impacto de esta tecnología, tenga su origen en las dificultades de vislumbrar con claridad la dirección en la que la IA parece evolucionar.
Pero, en cualquier caso, no debe pasar desapercibido que el cuarto sentimiento que aparece cuando nos referimos a la percepción que se tiene de la evolución de la inteligencia artificial, es el del “miedo”.
Miedo al que Aristóteles definía como un “sufrimiento que produce la espera de un mal”. O como la angustia por un riesgo o daño real o imaginario, según nuestro diccionario.
Además, esta situación es especialmente relevante porque los encuestados afirman tener un alto nivel de conocimiento y uso de la Inteligencia Artificial Generativa, por lo que no parece posible encontrar, en la ignorancia o en su falta de uso, una explicación clara a lo señalado.
Antes al contrario, podría afirmarse que existe una relación causal directa entre ambos aspectos, en el sentido de que la preocupación de los usuarios es mayor cuanto más alto es el nivel de conocimiento que aquellos tienen de las herramientas de IA.
¿Cuáles son los motivos que llevan a la ciudadanía a temer a la inteligencia artificial, y qué consecuencias puede tener este hecho?
Es probable que el miedo tenga su origen en varias causas, o que -incluso- se trate de una combinación de factores racionales y emocionales.
Si analizamos con más detenimiento cuáles pueden ser las razones que han podido motivar esta tendencia de percepción negativa, podemos destacar la falta de conocimiento y la desinformación sobre la IA. En este sentido, es cierto que una gran parte de la población todavía no entiende cómo funciona realmente esta tecnología, mientras que recibe información sesgada, en muchas ocasiones a través de titulares alarmistas o de películas de ciencia ficción (por ejemplo, 2001 odisea del espacio, Terminator, Artificial Intelligence, Her, The creator, etc.) que la presentan como una amenaza incontrolable.
Una gran parte de la población todavía no entiende cómo funciona realmente esta tecnología
Un segundo argumento, igualmente idóneo para promover una percepción negativa de la IA, es la que tiene que ver con la sustitución de empleos basada en la automatización impulsada por la IA. Esto ha venido generando una gran inquietud en numerosos sectores profesionales, a la vista de una promesa de destrucción masiva de empleos sin una previsión de compensación adecuada en términos de nuevas oportunidades laborales.
Otro motivo podría ser el relacionado con la falta de control y transparencia que se atribuye a las empresas tecnológicas propietarias de los grandes modelos de IA; o a algunos gobiernos, que parecen desarrollar esta tecnología sin una suficiente supervisión internacional ni una regulación (legal o ética) clara, lo que genera una gran desconfianza sobre sus intenciones futuras de uso.
Relacionado con lo anterior, existe una clara y creciente creencia en que la IA sólo beneficia a las grandes corporaciones y a ciertos estados, lo que lleva a la preocupación de que se incremente exponencialmente la desigualdad económica y social, y una indeseable concentración de poder en países que pueden no tener en cuenta el bien común o las necesidades sociales actuales.
Existe una clara y creciente creencia en que la IA sólo beneficia a las grandes corporaciones y a ciertos estados, lo que lleva a la preocupación de que se incremente exponencialmente la desigualdad económica y social
Adicionalmente, la proliferación de deepfakes, la manipulación informativa o la vigilancia masiva, son aspectos que, atribuyéndose a la IA, refuerzan la percepción de que se trata de una tecnología idónea para un uso maligno, lo que progresivamente erosiona la confianza en aquella.
También la incertidumbre sobre la posibilidad de que la IA tome decisiones autónomas, sin intervención humana, genera ansiedad sobre su impacto en la sociedad, especialmente en ámbitos como la justicia, la sanidad o la seguridad.
Todos estos aspectos, unidos a una serie de narrativas apocalípticas basadas en discursos que predicen la aparición de una IA superinteligente que podría volverse contra la humanidad, refuerzan la percepción de peligro en esa tecnología (y, en consecuencia, es un caldo de cultivo idóneo para el miedo a aquella), aunque todavía nos movamos en escenarios especulativos.
A la vista de lo anterior, debemos recapacitar sobre cuáles son los mensajes que lanzamos a la ciudadanía acerca del potencial de la inteligencia artificial, ya que una línea negativa o pesimista, más o menos sostenida en el tiempo, puede conllevar una clara erosión de la confianza de la ciudadanía en la tecnología, especialmente entre un público más adulto.
De ser así, podríamos ser testigos de un potencial desuso de esa tecnología lo que, en un mundo como el actual, donde está en juego la soberanía digital de los estados, puede resultar fatal en términos de progreso y competitividad.
SOBRE LA FIRMA
Francisco Pérez Bes es adjunto de la Agencia Española de Protección de Datos. Además, fue socio en el área de Derecho Digital de Ecix Group y es ex Secretario General del Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE).
