Desde el 20 de enero, el nuevo inquilino temporal de la Casa Blanca ha activado lo que ya se llama “doctrina del shock”, que no deja de recordar a una especie de asalto al Capitolio y al mundo liberal en directo las 24 horas del día.
Ruido ensordecedor, medidas de retorsión arancelarias y un joker tecnológico que nos divierte si no fuera porque es uno de los personajes con más influencia para el futuro de nuestras democracias.
El riesgo es real, porque Musk parece modelar a diario una democracia a su medida, una democracia Musk en la que no cabe lo que no le gusta, sean valores europeos, personas migrantes o simplemente ideas diferentes a la suyas. Y el corolario es que se intuye que trata de convertir a la propia democracia en algo tóxico para la gente, que él mismo anhela substituir por un modelo, el suyo, que no parece que de momento haya votado nadie.
Estamos pues ante una ola tecnoautoritaria desde la victoria de Trump (y por supuesto desde mucho antes) el pasado mes de noviembre de una forma nítida, y fundamentalmente por una ilusión económica de devolver y mejorar el poder adquisitivo que han perdido, según su propia percepción, los ciudadanos norteamericanos pese a que su país goza de crecimiento económico, baja inflación y desempleo bajo mínimos.
Frente a esta carrera que busca la protección de fronteras, la expulsión del otro, y la búsqueda de medidas coercitivas basadas en una idea del más fuerte, Europa ha iniciado un nuevo ciclo legislativo con dos banderas.
Por un lado, la seguridad, que por cierto es la primera prioridad de la presidencia polaca de la UE de Donald Tusk, y también el mantra transversal y que sigue siendo la primera consecuencia de tres años de agresión rusa en Ucrania y por ende al proyecto de paz europeo.
Seguridad, por un lado, y por otro competitividad, que es el relato con el que ha iniciado el ciclo legislativo la presidenta de la Comisión Europa, Ursula Von der Leyden. Lo hizo la semana pasada con un contador por la competitividad europea, y lo hizo en la cumbre de Davos, donde esbozó los retos europeos para los próximos cinco años, desde la bajada de los precios de la energía, una verdadera unión de capitales y una reducción de la burocracia empresarial en la Unión, entre otros aspectos.
Curiosamente, en esta carrera por la competitividad y la productividad por un lado, y en este inicio amenazante de Trump provocando de facto una guerra comercial, Von der Leyden olvidó un aspecto fundamental y fundacional que el informe Draghi recuerda en su página 19.
Para el hombre que dijo en julio de 2012 que haría todo lo que hiciera falta para salvar la economía europea y por extensión el euro, el futuro de la competitividad y las reformas que se necesitan para transformar la economía europea pasan por elementos profundamente progresistas.
Draghi pide mucha mayor implicación de la ciudadanía en los cambios que necesita Europa, más diálogo social, integrando a sindicatos, empresas y sociedad civil para lograr el consenso para abordar los cambios de los próximos años. Y Draghi es muy claro también en la necesidad de transformar desde un fuerte contrato social europeo que nos lleve a la prosperidad para todos.