Es innegable que la Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) celebrada estos días en Tianjin ha concitado un interés y un impacto global mucho más altos de lo previsto por sus participantes cuando la convocaron.
Y haríamos bien en preguntarnos por qué de repente el mundo ha fijado su atención en un encuentro que en anteriores ediciones había pasado por debajo del radar de la opinión internacional. La razón podría resumirse seguramente en un nombre: la India.
No es una novedad que Pekín y Moscú mantengan una sólida relación estratégica. Como tampoco lo es que China siga mostrando su creciente capacidad de influencia. O que Irán forme parte de un club que parecía destinado a ser esencialmente declarativo.
Pero sí que la democracia (con todas sus imperfecciones) más poblada del planeta, con una economía de extraordinario potencial (aún lastrada por una tremenda desigualdad), haya tenido que subrayar su cooperación con China y Rusia por el empeño de los Estados Unidos en imponerle unos aranceles del 50 % como castigo por su creciente comercio con Moscú.
Unos Estados Unidos que, al tiempo que exigen que Pekín y Nueva Delhi dejen de aprovecharse del precio del crudo ruso, se esfuerzan por dar aire a Vladimir Putin cuando este pisa el acelerador militar en Ucrania.
No han sido Xi Jinping y Narendra Modi quienes han roto el aislamiento del presidente ruso, sino Donald Trump, tanto si nos atenemos al calendario como si nos fijamos en los virajes diplomáticos de Washington.
La India representa, por así decirlo, a ese mundo no alineado que todavía paga las consecuencias del colonialismo y la guerra fría y que precisamente por ello se niega a tener que elegir entre uno u otro en ese intento por revivir la dinámica de bloques puesto en marcha desde hace varios años por tirios y troyanos.
Defender el derecho internacional en Ucrania y no hacerlo en Gaza tiene y tendrá un coste enorme en el presente y el futuro para el peso estratégico y la credibilidad de la UE
Ese tercer polo existe tan claramente que, si echamos cuentas, más que Sur Global podría ser denominado Mayoría Global. Y está presente en la OCS, en los BRICs, en las Naciones Unidas…
¿Ha tenido todo eso en cuenta la Unión Europea? Más bien poco. Los errores de Bruselas son tan manifiestos que no hace falta devanarse los sesos para identificarlos. Uno de ellos ha consistido en interpretar el planeta en blanco y negro: o se está con Occidente o se está contra Occidente. Pero, a la vista del giro radical operado en la Casa Blanca, ¿qué es ahora mismo Occidente?
En ese sentido, haríamos bien en rehuir el término “geopolítica” por vetusto y porque puede terminar derivando en aquel despropósito del “choque de civilizaciones”, como si la geografía, al estilo del Siglo XIX, tuviera que definir la política exterior de los estados a modo de cadena perpetua.
Otro ha sido la doble moral: defender el derecho internacional en Ucrania y no hacerlo en Gaza tiene y tendrá un coste enorme en el presente y el futuro para el peso estratégico y la credibilidad de la UE.
Y finalmente uno tercero ha sido el empeño por definir a China como “socio, competidor global y rival sistémico”, en un juego malabar de conceptos contradictorios entre sí, en lugar de enfocarse en desarrollar las relaciones con Pekín desde el respeto mutuo y la búsqueda posible y necesaria de objetivos comunes más allá de las legítimas diferencias políticas.
La India en Tianjin es lo mismo que representan Brasil (también golpeado por Trump), Sudáfrica, México y tantos y tantos países que no desean alinearse con tal o cual hegemón, sino ser socios en pie de igualdad en principios y políticas.
El mensaje de la UE a todo ese mundo, sin renegar de sus alianzas, debería ser nítido: ni somos ni queremos ser una potencia clásica, sino un poder global relevante independiente en sus decisiones; y queremos trabajar juntos para que no vuelva la guerra fría, defender en común y en cualquier escenario el derecho internacional y a su gran protagonista (la ONU), promover unidos el crecimiento sin dependencias, establecer acuerdos comerciales mutuamente beneficios y sostenibles social y ambientalmente, combatiendo la desigualdad y la pobreza.
Estados miembro como España orientan su política en esa dirección y, en consecuencia, tienen la autoridad para contribuir a cambiar lo que las indias, los brasiles o las sudáfricas del mundo pueden terminar pensando para mal de la UE en provecho de algún tercero nada recomendable.
SOBRE LA FIRMA:
Carlos Carnero González (Madrid, 1961) ha sido eurodiputado, miembro de la Convención que redactó la Constitución Europea, diputado a la Asamblea de Madrid, Embajador en Misión Especial y Director Gerente de la Fundación Alternativas.