Tras dos años de legislatura, el PP pierde votos a favor de Vox (entre 1 millón de electores según el CIS y 1.250.000 electores según dB40). El rendimiento electoral del PP es decreciente, pero aun así, es el primer partido en intención de voto y podría volver a ganar. El PSOE recoge votos duales (casi 120.000 votantes que, en elecciones autonómicas votan a partidos nacionalistas, datos CIS), de la izquierda (casi 350.000 de antiguos electores de Sumar) y, además, recupera casi un 1 millón de abstencionistas, datos CIS). El rendimiento electoral del PSOE es creciente, pero es la segunda fuerza y los votos que gana los tiene que convertir en diputados, provincia a provincia, para poder, si no ganar, al menos seguir gobernando.
Y lo más importante, las encuestas identifican una gran cantidad de electores sin movilizar, según el CIS, más de 4,2 millones de votantes, casi el 12% de los electores que votaron en 2023 se muestra indecisos. De estos indecisos más de 1 millón votaron al PSOE en 2023. El PP cree que no tiene nada ganar ahí, desde luego no mientras su discurso se confunda con el discurso antisistema de Vox.
El PSOE sabe que son esos, los electores que le pueden hacer ganar o perder las elecciones. Muchos son antiguos votantes que lo han ido abandonando, algunos por su giro a la izquierda, otros por apoyarse en los nacionalistas, otros por no hacer una cosa o la contraria, con suficiente convicción. En todo caso, ambos partidos, PP y PSOE, no saben cómo ganar votos de la abstención (que no siempre es el centro) sin perder votos en sus extremos.
El PSOE se sabe acosado por la derecha judicial que, por supuesto, hace política y de la peor: de la que acosa a familiares del presidente y destruye la confianza en la fiscalía sin pruebas y sin escrúpulos. La derecha mediática y política le preocupa menos; corriendo hacia Vox, se alejan de la Moncloa y activan el voto de la izquierda.
El PP lo tiene peor: es el pánico del favorito, de quien va primero, pues solo es él quien puede perder. Quizás sea este pánico el que explique esa carrera en el sentido contrario al que le indican las encuestas, el sentido común y la necesidad de serenar la vida política española, que es precisamente lo que le podría dar al PP no solo la mayoría, sino el gobierno.
El PSOE, sus electores, no luchan por la victoria, sino contra la derrota. La permanente deslealtad de Junts, la bisoñez de Sumar y Podemos, el caso Cerdán y un nivel de violencia contra el presidente Sánchez que ya hace tiempo dejó de ser solo verbal, hacen la derrota verosímil. Pero la izquierda no es de fácil desanimar cuando hay mucho en juego. Esto es lo que entendió Aznar en 1993, Rajoy en 2004 y aún no ha entendido Feijóo. En la noche electoral, sea esta cuando sea, la única sorpresa posible es que el PSOE recupere la primera posición, un escenario que, electoralmente, provincia a provincia, es perfectamente factible.
Pero al igual que el final de esta legislatura lo marcará la ruptura del precario equilibrio PSOE-Junts (está por ver quién suelta a quién), la siguiente legislatura estará determinada, de nuevo, por los partidos nacionalistas. Si el PP pierde votos hacia Vox y este solo logra aportar nuevos electores entre quienes votan por primera vez (un grupo de población reducido), si el PSOE concentra una parte del voto dual y de su izquierda y lo convierte en diputados con cierta normalidad (pues recibe voto urbano en circunscripciones medias y grandes), solo podemos tener una cosa segura: la próxima investidura requerirá, al menos, el voto de un grupo nacionalista.
Hoy, las encuestas no dan mayoría absoluta a PP+Vox, dan un escenario de bloqueo, del que ya tenemos amplia experiencia en investiduras fallidas y repeticiones electorales.
Quedan dos años de legislatura, bueno sería eliminar el insulto como estrategia por grande que sea la discrepancia con el adversario
Sin embargo, no es el bloqueo lo que más nos debería preocupar, sino que un creciente número de ciudadanos no acepten la legitimidad del gobierno salido de las urnas. Esto ya fue así tras las Elecciones Generales de 2004, con constantes acusaciones de convivencia con ETA (y los atentados del 11M) por parte del PP contra el presidente Zapatero. Y siguió siendo así tras la moción de censura y el primer gobierno de coalición con Podemos. Y tras el segundo gobierno de coalición con el apoyo parlamentario de los grupos nacionalistas.
Pero el clima político nunca había sido tan violento como en estos dos últimos años. Desde el final de ETA, el acoso ultra a Podemos solo ha sido superado por los más de 220 ataques a las sedes del PSOE en esta legislatura y ya no exclusivamente de la mano de los ultras. En abril, un joven encapuchado lanzó dos botellas de ácido en medio de una reunión de militantes socialistas en Santander, milagrosamente sin consecuencias. Aún se sigue rezando el rosario para invocar la participación divina frente al maligno que reside en Ferraz. No es una anécdota, es una catástrofe para este país y una vergüenza para quienes lo incitan.
Todos los partidos democráticos deberían competir para ganar y, también, preparar a sus electores para perder. Quedan dos años de legislatura. Bueno sería eliminar el insulto como estrategia por grande que sea la discrepancia con el adversario, ¿qué tipo de electores creen que tienen los partidos que recurren a estas vilezas? Pero, al menos, preparemos a los votantes, cada cual a los suyos, para aceptar un resultado electoral abierto, legítimo. Este sería un buen primer paso para empezar a proteger algunos de los deteriorados resortes de nuestra democracia.
SOBRE LA FIRMA:
Sociólogo y presidente del Instituto Europeo de Asuntos Públicos y Gobierno. AP institute-Universidad Nebrija











