Análisis y Opinión

Ni la familia como excusa ni vuelta a la mística de la feminidad: Derechos y feminismo sindical

La secretaria confederal de Mujeres e Igualdad de CCOO, Carolina Vidal López, reivindica en Demócrata legislar por la igualdad real: "Queremos políticas familiaristas, sí, pero teniendo en cuenta...

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Carolina Vidal López, secretaria confederal de Mujeres e Igualdad de CCOO
Por Carolina Vidal López

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Hace más de 100 años Freud se preguntaba ¿Qué quiere una mujer? Hoy es una frase muy utilizada desde contextos misóginos con el subtexto oculto de que ni ellas (la mujer, en su literalidad reduccionista y esencialista) saben lo que quieren. Si ya hay igualdad, oímos a menudo, ¿qué más queréis? Pero, extrapolando una frase de la canción de Ketama, no estamos locas, sabemos lo que queremos. Y lo que no queremos. No queremos ser los ángeles del hogar de antaño. No queremos políticas natalistas-nativistas que, bajo la excusa del invierno demográfico, ofrecen incentivos económicos a las madres trabajadoras para que se queden en casa.

Desde el sindicalismo feminista de clase vamos a quitar la máscara de la libre elección a la trampa de esas políticas familistas que, desde el populismo autoritario, simulan ofrecer ventajas con estrategia de palo y zanahoria, una zanahoria efímera porque implica retrocesos sustanciales en derechos de las mujeres, en el contrato social, en nuestra democracia. Porque hemos de decir que postulan medidas inconexas, sin perspectiva de género, sin medidas correlativas en corresponsabilidad, igualdad, servicios públicos de cuidados accesibles o pleno empleo sin discriminaciones para las mujeres. Si les quitamos el ropaje de modernidad populista se quedan en lo que son: intentos de devolvernos a casa con nuestro aparente consentimiento. Un revival de la mística de la feminidad.

No queremos políticas natalistas-nativistas que, bajo la excusa del invierno demográfico, ofrecen incentivos económicos a las madres trabajadoras para que se queden en casa

Políticas que, en su esencia, ya conocemos del pasado, por cierto. Las impulsó el franquismo, santificando a las mujeres, a la vez que les arrebataba derechos, como ángeles del hogar falangista, premiando a las familias numerosas. O el genocida régimen nazi, con su sobradamente conocida supremacía de la raza aria, estableciendo la maternidad como deber patriótico.

No es ficción vintage. La ultraderecha global, y la derecha engullida por ésta, llevan tiempo con este intento. Recordemos, por ejemplo, las estrategias natalistas de Trump en campaña (incluida una “medalla nacional de maternidad” para las madres con 6 hijos/hijas o más), a la vez que en su mandato elimina o recorta recursos para planificación familiar, anticoncepción o aborto y persigue a migrantes. Cómo nos suena esa música, tarareada por el trumpismo español en algunas CCAA.

O, más cerca, en Europa, los intentos de Orbán en Hungría o Meloni en Italia, con su solución familista: Más familia tradicional basada en la división sexual del trabajo, más bebés nativos, menos migración (o, podríamos matizar, menos migración con derechos), espoleando esas consignas que, además de suponer un atentado a los derechos humanos y a la igualdad efectiva, resultan infructuosas para el objetivo natalista que se marcan. Por ejemplo, Orbán, para sustentar su política xenófoba, decía en 2019: “Necesitamos niños húngaros. Para nosotros, la inmigración significa rendición”. Pues bien, la tasa de hijos/hijas por cada mujer húngara ha descendido desde los 1,55 de 2019 hasta los 1,36 actuales. No nos engañan, sabemos lo que no queremos.

Lo que nos están proponiendo es el modelo de siempre, el de las mujeres reducidas a madres, generizadas como madres (lo sean o no, voluntariamente o no), invisibilizadas bajo la pátina de la familia. De un tipo único de familia, la familia patriarcal.

Hay que decir alto y claro lo que suponen para las mujeres trabajadoras estas políticas natalistas sin políticas de cuidados y medidas de corresponsabilidad: interfieren en el empleo (más inactividad, jornada a tiempo parcial, excedencias, abandono temprano, penalización laboral de la maternidad de facto, etc.), con consecuencias económicas (brecha salarial, en prestaciones de desempleo, en pensiones), en salud (doble jornada y riesgos psicosociales, enfermedades profesionales no reconocidas, más accidentes in itinere, etc.), pobreza de tiempo (jornadas de trabajo más largas juntando el trabajo productivo y reproductivo). Por eso les decimos a los poderes públicos, obligados constitucionalmente a remover los obstáculos que impiden la igualdad efectiva: Oigan el grito de las mujeres trabajadoras “¡No nos da la vida!”.

Todo ello, empleo, economía, salud, tiempo, es indicador de poder. Y las mujeres queremos tener poder sobre nuestras vidas: queremos plena autonomía y plenos derechos.

Sin olvidar las consecuencias en el conjunto de la sociedad y en la democracia. Persistencia de un imaginario patriarcal que considera que las mujeres deben servir a la familia: posición subordinada de las mujeres que genera efectos de discriminación indirecta en varios ámbitos y conlleva mayor riesgo de violencias machistas, desde luego la violencia económica; desvalorización social y económica de algunos trabajos profesionales de cuidados, también feminizados; impugnación de facto de un principio fundamental en el que se asienta la democracia: el principio constitucional de la igualdad, que es el derecho de todos los seres humanos a ser iguales en dignidad, a ser tratados con respeto y consideración y a participar sobre bases iguales en cualquier área de la vida económica, social, política, cultural o civil.

Las mujeres queremos tener poder sobre nuestras vidas: queremos plena autonomía y plenos derechos.

Con una derivada: el recorte en los derechos reproductivos de las mujeres. Hoy, en España es un derecho que forma parte de los derechos fundamentales de las mujeres según Sentencias del Tribunal Constitucional. Un derecho incuestionable e irrenunciable. Pero no hay plena efectividad en el ejercicio del derecho en la Sanidad Pública, pese a ser una prestación de la cartera de servicios comunes del Sistema Nacional de Salud (SNS). ¿O no os suena eso de "Que se vayan a abortar a otro sitio", dicho por una presidenta de una Comunidad Autónoma? Ponen trabas, retrasan protocolos y registros de objeción incumpliendo la ley, mientras potencian programas para mujeres embarazadas o políticas natalistas, etc. Se trata de obstaculizar, es decir, negar, el derecho de las mujeres a decidir sobre su maternidad, derivarlas a maternidades no deseadas, volverlas al espacio doméstico de reproducción.

Además, estas políticas natalistas suelen ir de la mano de otras medidas: remigración (voluntad de expulsar a la migración o dejarla sin derechos), privatización gradual de pilares del estado de bienestar (sanidad, educación, pensiones), cesión de viviendas públicas a fondos buitre que impiden la emancipación, barreras que imposibilitan hacer efectivos derechos fundamentales para las mujeres trabajadoras (como el aborto), menosprecio de su derecho a la salud (cribados en mamografías), etc.

Y, ojo, que puede ir a más. Conviene no mirar para otro lado, no ignorar las voces de las élites magas que piden en EEUU retirar el voto a las mujeres, apoyadas por un secretario de Estado del Gobierno Trump. No queremos un neoliberalismo nihilista y populista que se pone la máscara de la libertad cuando nos la recorta de facto a las mujeres, a la clase trabajadora, a migrantes, personas LGTBI+… por la vía de estrangular derechos a las mujeres y recursos a lo público.

¿Qué queremos las mujeres? Queremos, en primer lugar, una vida digna, libre, en igualdad, para todas y todos, sin dejar a nadie atrás, en un mundo justo, en un planeta sostenible. Y que esta aspiración deje de ser un sueño. Queremos trabajos dignos, en igualdad y corresponsabilidad. Medidas y planes de igualdad, permisos retribuidos (de cuidados, conciliación corresponsable, de duelo…) son herramientas necesarias.  

Queremos un Pacto integral y estatal de cuidados que garantice el derecho individual al cuidado como derecho humano, que libere a las mujeres de la presión patriarcal del cuidado, que revalorice social, laboral, económica y políticamente los cuidados, que redistribuya los cuidados no remunerados en una sociedad corresponsable y que articule una red pública de cuidados como un pilar del Estado del Bienestar. Queremos políticas familiaristas, sí, pero teniendo en cuenta que las familias, como la propia sociedad, son diversas. El anteproyecto de Ley de Familias es un buen punto de partida, que requiere del Diálogo Social.

Las mujeres estamos cambiando los tiempos, empujamos en conquistas clave de ciudadanía y para la igualdad efectiva entre mujeres y hombres. Que no quepa duda. No sólo no vamos a retroceder, sino que vamos acercando esa sociedad más justa y sostenible, cuidadora y corresponsable que queremos, y que entre todas y todos vamos a hacer posible. Porque, como dijo Emma Goldman, “Si no puedo bailar, no es mi revolución”.

SOBRE LA FIRMA: Carolina Vidal López es secretaria confederal de Mujeres e Igualdad de CCOO