Nos encontramos en un cambio de fase (que no de era) en el ámbito político y económico mundial, que presenta tanto amenazas como oportunidades. Ese cambio de fase se manifiesta en dos características interrelacionadas: el incremento de la rivalidad geopolítica y la fragmentación de la globalización.
Por un lado, el incremento de la rivalidad geopolítica no es de ayer, sino de anteayer, porque comenzó una vez superadas las dos décadas de colaboración entre potencias tras el fin de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos trata de mantener su papel hegemónico, que ponen en cuestión China, Rusia y buena parte del Sur Global. En ese momento, se pasa del multilateralismo y la interdependencia a una bipolaridad creciente, pero diferente de la existente entre los Bloques existentes tras la Segunda Guerra Mundial, se pone en cuestión el papel de las organizaciones internacionales, empezando por las Naciones Unidas, se formula de nueva la estrategia de las esferas de influencia, se privilegia la influencia militar y la económica, frente al poder blando, surgen conflictos abiertos (Ucrania, Próximo Oriente), se retorna a la disuasión, basada en la amenaza, frente a la negociación y, finalmente, se entra en una nueva carrera de armamentos.
Por otro, la globalización ni desaparece ni se para, pero sí se fragmenta y se fractura: pasa de estar encabezada por los Estados Unidos al ver discutido su liderazgo por China y los BRICS, se registra un creciente papel de Asia y del Sur Global, sufre la amenaza de instrumentos tan antiguos y negativos como los aranceles, instituciones como la OMC o incluso la OMS empiezan a sentir los efectos de la nueva rivalidad geopolítica.
En ambos terrenos (rivalidad geopolítica y globalización fracturada) pueden identificarse dos claros elementos disruptivos: la Administración Trump, que al poner en riesgo la economía estadounidense lo hace también con la economía global, y la Rusia de Putin, que provoca una carrera armamentista que drena recursos imprescindibles para los objetivos sociales y medioambientales de muchos países, incluidos los más ricos de entre los desarrollados.
En mi opinión, son tres los escenarios que podemos imaginar en esta nueva fase: el primero, una radicalización de las dos tendencias, que considero poco probable, como demuestran los límites de Trump en decisiones como los aranceles (mercados financieros, frenos judiciales) y su límite temporal en las elecciones legislativas de 2026; el segundo, una incertidumbre e inestabilidad permanentes, con idas y vueltas, el más probable; y el tercero, un retorno a la interdependencia, la cooperación y la negociación registradas tras la caída del Muro de Berlín: muy improbable.
¿Qué objetivo fijarse ante esta una coyuntura global tan difícil? Manejarla con inteligencia y paciencia, en el marco del segundo escenario (incertidumbre), apostando al medio y largo plazo por reconstruir el tercero (interdependencia y negociación), aprovechando las ventajas que nos ofrece.
¿Cómo tratar de acercarse a ese objetivo? A través de la Unión Europea que se afirme como un actor global estratégico independiente (término que es preferible al de la autonomía estratégica abierta), como un igual con relación a Estados Unidos y China; sea capaz de superar la crisis abierta con la llegada de Trump a la Casa Blanca como ya lo hizo con éxito en 2008, frente a la pandemia o ante la guerra en Ucrania; se manifieste favorable al multilateralismo cooperativo en las relaciones geopolíticas y, en todo caso, al multipolarismo, estableciendo sus propias alianzas; defienda de un orden global basado en el derecho, con posiciones claras en Ucrania y el Próximo Oriente; apueste por el establecimiento de un marco de seguridad paneuropeo; apoye una globalización equilibrada en términos climáticos, sociales y territoriales, el crecimiento económico sostenible y las tres transiciones; fomente el comercio, expandiendo y fortaleciendo sus relaciones en todas direcciones -incluida China-, rechazando la idea de dos mercados separados; subraye su estabilidad institucional y su seguridad jurídica para atraer el flujo inversor que abandona el dólar en beneficio del euro, promoviéndolo como moneda de intercambio, inversión y reserva y poniendo en marcha la emisión de eurobonos y la unión efectiva de los mercados de capitales; tenga como prioridad la competitividad y, para ello, la culminación del mercado único (Draghi, Letta), eliminando sus barreras internas; apruebe un Marco Financiero Plurianual 2028-2035 que cuente con más recursos provenientes de nuevos recursos propios y cuide al máximo la cohesión y la Política Agraria Común; que defienda con decisión nuestros intereses (aranceles); y se profundice políticamente en un sentido federal.
Por su parte, España puede jugar un importante papel como miembro de la UE y país puente con el Sur Global, cuarta economía del euro, el país que más crece dentro de la UE, con un claro papel de liderazgo en Bruselas, con una presencia global relevante (el 13 de los 150 países listados en el Índice elaborado por Elcano en su edición 2025), tanto en lo económico (fuerza exportadora de las empresas) como en lo relacionado con el poder blando, con una Estrategia de Acción Exterior recién elaborada y, por lo tanto, actualizada a la coyuntura mundial actual, y con credibilidad y sin conflictos en cualquier dirección.
Mi conclusión: una situación tan difícil como fluida, que presenta grandes riesgos y, sobre todo, una elevada imprevisibilidad, pero también abre caminos que recorrer como europeos.
SOBRE LA FIRMA:
Carlos Carnero González (Madrid, 1961) ha sido eurodiputado, miembro de la Convención que redactó la Constitución Europea, diputado a la Asamblea de Madrid, Embajador en Misión Especial y Director Gerente de la Fundación Alternativas.
