Las elecciones presidenciales de 2024 en Estados Unidos se presentan como un punto de inflexión en la historia política reciente del país, marcadas por una polarización profunda que ha sacudido no solo a los votantes, sino también a las instituciones democráticas del país y, en consecuencia, a la escena geopolítica internacional.
La huella de Donald Trump sigue pesando en el electorado, mientras que la actual vicepresidenta Kamala Harris emerge como la figura demócrata más visible en esta contienda. Ambos representan facciones polarizadas que van mucho más allá de las diferencias ideológicas tradicionales, tocando fibras sensibles como la democracia, el estado de derecho y la igualdad de género.
El papel de Trump en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 sigue siendo un tema central. En sus recientes apariciones, Trump ha calificado los múltiples cargos judiciales a los que hace frente como parte de una «caza de brujas», y continúa insistiendo en que las elecciones de 2020 fueron un robo, a pesar de la falta de evidencia. Esta narrativa ha mantenido a sus seguidores más leales a su lado, muchos de los cuales ven en el exmandatario una figura que desafía al establishment.
Harris ha adoptado un enfoque que busca captar a votantes desencantados, incluidos aquellos republicanos moderados que han tomado distancia de Trump
Los recientes cargos presentados contra Trump por el fiscal especial Jack Smith ha puesto de relieve la gravedad de los mismos, argumentando que sus intentos de anular los resultados electorales de 2020 son un atentado directo contra los cimientos democráticos del país. La afirmación de inmunidad por parte del expresidente está siendo discutida en los tribunales, y el caso continúa generando titulares diarios, intensificando el ya polarizado clima político.
Más allá de los partidos
Por otro lado, Kamala Harris ha adoptado un enfoque que busca captar a votantes desencantados, incluidos aquellos republicanos moderados que han tomado distancia de Trump. La excongresista republicana Liz Cheney, quien ha emergido como una de las voces más críticas dentro de su propio partido hacia Trump, se ha unido a Harris en la campaña, reforzando el mensaje de que estas elecciones no solo son una pugna entre partidos, sino una lucha más amplia por la preservación de la democracia.
El mensaje de Harris apela directamente a los republicanos que no están dispuestos a volver a apoyar a Trump, posicionándose como la defensora del estado de derecho y la estabilidad institucional. En un país que se tambalea por la polarización, esta estrategia busca atraer a votantes indecisos, especialmente en estados como Wisconsin, donde la carrera sigue siendo reñida.
Una de las dinámicas más notables de esta elección es la profunda división de género en la intención de voto. Encuestas recientes han revelado un abismo significativo entre el apoyo de hombres y mujeres a los dos principales candidatos. Mientras que Harris lidera entre las mujeres con un margen considerable, Trump mantiene una ventaja sólida entre los hombres, particularmente en los jóvenes. Esta brecha de género se ha ampliado en los últimos años, impulsada en parte por los comentarios de Trump sobre las mujeres y su postura sobre temas como el aborto, que han activado a grandes sectores del electorado femenino.
Los intentos de Trump de anular los resultados electorales de 2020 son un atentado directo contra los cimientos democráticos del país
Por el contrario, su retórica de «masculinidad desafiante» parece resonar entre los hombres jóvenes, quienes, según estudios, se sienten atraídos por su estilo de liderazgo combativo y por la percepción de que los avances para las mujeres han venido a expensas de los hombres. Esto ha provocado que muchos votantes masculinos, particularmente aquellos de menos de 50 años, vean en Trump a alguien que entiende sus preocupaciones y que desafía las normas sociales que sienten que los han marginado.
Ecos internacionales
En términos geopolíticos, una posible reelección de Trump tendría implicaciones significativas, no solo para Estados Unidos, sino para Europa y el resto del mundo. Los aliados europeos se enfrentan a la posibilidad de que un segundo mandato de Trump dinamite los cimientos de las relaciones transatlánticas y ponga en tela de juicio el compromiso estadounidense con la OTAN.
Además, el ascenso de Trump podría dar más fuerza a los movimientos populistas y nacionalistas de extrema derecha en Europa, que ven en su estilo de gobierno y en sus políticas económicas proteccionistas un modelo a seguir. Desde Viktor Orbán en Hungría hasta Marine Le Pen en Francia, muchos líderes europeos de la derecha radical ya han expresado su simpatía por Trump, y su reelección podría acelerar la normalización de estas corrientes políticas en todo el continente.
La pregunta que persiste es si el electorado estadounidense optará por seguir por la senda de la confrontación populista o si buscará un retorno a la normalidad institucional representada en estos momentos por Harris y su partido. Los próximos meses serán decisivos, y lo que está en juego no es solo el liderazgo de la nación más poderosa del mundo, sino también el futuro del orden internacional liberal, que ha sido un pilar de la estabilidad global desde la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, una cosa es la percepción y otra la realidad a futuro. Basta recordar al líder británico, Keir Starmer, cuya popularidad se desplomó en apenas 80 días. Ese aire renovador que una vez encarnaba Starmer es el mismo que hoy simboliza Harris. El tiempo dirá.