El estigma hacia las personas con discapacidad intelectual dificulta su inclusión

Análisis del estudio ‘Emociones y estereotipos: ¿cómo vemos a las personas con discapacidad intelectual?’, de El Observatorio Social de la Fundación “la Caixa”

La Fundación “la Caixa” publica un estudio sobre las personas con discapacidad intelectual. Pixabay.

La Fundación “la Caixa” publica un estudio sobre las personas con discapacidad intelectual. Pixabay.

En el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, analizamos el estudio ‘Emociones y estereotipos: ¿cómo vemos a las personas con discapacidad intelectual?’, publicado por El Observatorio Social de la Fundación “la Caixa”, cuya principal conclusión es que, aunque la sociedad muestra actitudes integradoras, también tiene matices discriminatorios que pueden suponer un freno a la inclusión plena de este colectivo.

Tal y como indica Martha Nussbaum, basándose en los postulados de Aristóteles, “no existen emociones intrínsecamente buenas o malas, sino que, todas ellas, en su diversidad, nos ayudan a vivir y a transmitir nuestras necesidades”. Pero mientras que algunas favorecen un vínculo emocional, cómo el respeto, la compasión y la gratitud, otras pueden generar distanciamiento y fragmentación, como la rabia el miedo y el asco. La cita se menciona en el estudio Emociones y estereotipos: ¿cómo vemos a las personas con discapacidad intelectual?, elaborado por Eva Sotomayor y publicado por El Observatorio Social de la Fundación “la Caixa”.

El informe se basa en la encuesta EMODI, con 1.618 participantes representativos de la población, y revela una sociedad que, aunque muestra actitudes mayoritariamente inclusivas,  aún arrastra prejuicios y emociones negativas que frenan la plena integración del colectivo de las personas con discapacidad intelectual límite (DIL). Los resultados, que analizan emociones, estereotipos y percepciones, destacan tanto los avances como los desafíos pendientes en la construcción de una sociedad más igualitaria..

Desigualdades estructurales y estigma social

La inclusión de las personas con discapacidad intelectual sigue siendo una asignatura pendiente en España. En 2022, solo el 23,8% de este colectivo estaba empleado, frente al 51,1% de la población general, con una brecha salarial del 17,8%. Estas cifras reflejan una discriminación estructural, que también se aprecia en las personas con discapacidad intelectual límite (DIL), quienes, con el apoyo adecuado, podrían llevar una vida autónoma y plena. Sin embargo, los estereotipos sociales y el estigma, definidos por la psicología social como un conjunto de creencias y emociones que refuerzan actitudes negativas hacia un grupo, limitan sus oportunidades laborales, educativas y sociales.

El concepto de estigma, acuñado por Erving Goffman en 1963 como un “atributo que desprestigia profundamente”, sigue siendo relevante. Estudios previos señalan que las personas con DIL son vistas como dependientes, incapaces o excesivamente afectivas, lo que fomenta actitudes de rechazo o sobreprotección. Estas percepciones, según investigaciones de Wilson y Scior (2015) o Werner y Scior (2022), se traducen en barreras que impiden a este colectivo disfrutar de derechos fundamentales como el empleo, la educación o la vida independiente.

Emociones: un balance entre inclusión y rechazo

El estudio publicado por El Observatorio Social de la Fundación “la Caixa” explora las emociones que las personas con DIL despiertan en la población española. Los resultados muestran un predominio de emociones positivas que favorecen la integración: el 96% de los encuestados siente respeto, el 89% compasión y el 69% gratitud. Sin embargo, también emergen emociones negativas que generan distanciamiento: el 39% reporta rabia (31,3% moderada, 7,5% extrema), el 30% miedo (26% moderado, 4% extremo) y el 12% asco (10,8% moderado). Esta coexistencia de sentimientos refleja una sociedad en tensión, donde las actitudes inclusivas conviven con prejuicios que deshumanizan a las personas con DIL.

El análisis también revela cómo las características sociodemográficas influyen en estas emociones. Las mujeres tienden a sentir más compasión y respeto, pero también más miedo y asco, mientras que los hombres reportan mayor gratitud y rabia. La edad juega un papel clave: los jóvenes (18-24 años) muestran más compasión, pero también más asco, mientras que las personas mayores de 55 años sienten menos miedo. Además, un mayor nivel educativo aumenta la compasión y reduce emociones negativas como la rabia, el miedo o el asco, aunque también disminuye el respeto y la gratitud.

Percepciones y estereotipos: avances y resistencias

En cuanto a las percepciones, los resultados son alentadores, pero matizados. El 62% de los encuestados considera que las personas con DIL pueden llevar una vida autónoma, y el 53% cree que son conscientes de su entorno. En una escala de 1 a 10, la autonomía se valora con un 7,2 y la consciencia de la realidad con un 6,7, lo que indica una percepción positiva de sus capacidades. Además, el 75% estaría dispuesto a tener un amigo con DIL, aunque solo el 57% compartiría vivienda, evidenciando una mayor aceptación en el ámbito social que en el personal.

Sin embargo, persisten estereotipos que refuerzan la exclusión. El 14,6% de los participantes asocia a las personas con DIL con comportamientos infantiles, y algunos creen que sus familias ocultan su condición, lo que refleja el estigma social. También se perciben diferencias en la interacción social, con un 5,5 sobre 10 en comportamientos considerados inusuales, y casi un 5 sobre 10 en inseguridad al interactuar con ellas. Estas percepciones, aunque menos frecuentes, perpetúan la idea de que las personas con DIL son “diferentes”, alimentando su marginación.

El impacto del contacto directo

Un hallazgo clave del estudio es el efecto positivo del contacto directo con personas con DIL. Solo el 12,3% de los encuestados interactúa habitualmente con este colectivo, pero quienes lo hacen muestran actitudes más inclusivas. Por ejemplo, la rabia disminuye del 39% al 34% y el miedo del 30% al 27% entre quienes tienen contacto regular.

Además, el 65% de estos encuestados cree en la autonomía de las personas con DIL, frente al 61% de quienes no las conocen, y el 80% estaría dispuesto a tener una amistad, frente al 74% del resto. Sin embargo, este contacto también hace más visible la exclusión social: el 23% de quienes conviven con personas con DIL percibe que sus familias ocultan su condición, frente al 19% de quienes no tienen contacto.

Hacia una sociedad más inclusiva

El estudio de Sotomayor subraya que, aunque las emociones inclusivas predominan, las negativas como la rabia, el miedo y el asco persisten y amenazan con perpetuar el aislamiento de las personas con discapacidad intelectual límite. La infantilización y la percepción de un entorno social excluyente son obstáculos que limitan su integración. No obstante, los datos también apuntan a una vía de cambio: el contacto directo y la educación son herramientas clave para derribar prejuicios y fomentar una imagen más realista y justa de este colectivo.

En conclusión, España avanza hacia una sociedad más inclusiva, pero aún enfrenta retos significativos. Los resultados de la encuesta EMODI evidencian la necesidad de seguir combatiendo estereotipos y promoviendo políticas que garanticen igualdad de oportunidades.

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