Draghi propone un “nuevo federalismo” para renovar Europa
En un Teatro Campoamor lleno, Mario Draghi reivindicó este viernes la necesidad de un proyecto europeo más ambicioso y cohesionado.
“El futuro de Europa debe ser un viaje hacia el federalismo”, proclamó, subrayando que ese avance no debe esperar a reformas institucionales imposibles, sino nacer de acuerdos prácticos entre países dispuestos a cooperar.
El exgobernador del Banco de Italia, ex primer ministro y figura clave durante la crisis del euro, insistió en que la Unión necesita actuar “con la velocidad e intensidad de otras potencias globales” en campos como la defensa, la energía y la tecnología.
“Europa no puede seguir siendo una confederación impotente”
Draghi, considerado por muchos como el “salvador del euro”, reconoció que la UE atraviesa uno de los momentos más difíciles desde su fundación.
“Casi todos los principios sobre los que se construyó nuestra prosperidad están tensionados. Levantamos nuestra riqueza sobre la apertura y el multilateralismo, y hoy nos enfrentamos al proteccionismo y a la acción unilateral”, advirtió.
Reclamó un modelo federal “de abajo hacia arriba”, que no sea una imposición burocrática, sino un propósito compartido entre ciudadanos y gobiernos.
“No podemos seguir siendo una confederación europea incapaz de responder a las exigencias del mundo actual.”
Federalismo pragmático: cooperación sin bloqueos
El exmandatario italiano detalló su visión de un federalismo flexible y cooperativo, basado en proyectos concretos que permitan avanzar sin esperar a la unanimidad de los 27 Estados.
“Imaginemos que los países con sectores tecnológicos fuertes acuerdan un régimen común para escalar empresas, o que las naciones con industrias de defensa avanzadas financian adquisiciones conjuntas.”
Draghi defendió la creación de coaliciones europeas de vanguardia en sectores estratégicos -energía, semiconductores, digitalización- capaces de competir globalmente.
“Quienes quieran avanzar deben poder hacerlo; quienes pretendan bloquear el progreso, no deben frenar a los demás.”
“Una Europa en la que los jóvenes vean su futuro”
Con un tono más emocional, el premiado cerró su discurso apelando a la confianza y la esperanza europeas:
“Necesitamos una Europa llena de confianza, en la que los ciudadanos puedan creer. Una Europa donde los jóvenes vean su futuro. Una Europa que actúe no por miedo al declive, sino por orgullo de lo que aún puede lograr.”
El auditorio del Campoamor lo despidió con una ovación prolongada. La Fundación Princesa de Asturias destacó su “defensa firme del multilateralismo, la cooperación y la estabilidad del euro”, valores que “contribuyen a la paz y al progreso global”.
De “whatever it takes” al legado europeo
Nacido en Roma en 1947, economista formado en La Sapienza y doctor por el MIT, Draghi fue presidente del BCE entre 2011 y 2019, etapa en la que pronunció su célebre “whatever it takes” (“haré lo que sea necesario”) para salvar el euro durante la crisis de deuda.
Posteriormente encabezó el Gobierno italiano (2021–2022), gestionando los fondos del Next Generation EU y promoviendo reformas de digitalización y transición verde.
El premio de este año reconoce su trayectoria al servicio de la cooperación internacional y de la integración europea, así como su defensa de un modelo de gobernanza que combine eficacia económica y legitimidad democrática.
Discuso íntegro de Mario Draghi, en los Premios Princesa de Asturias
Mi carrera en la función pública italiana comenzó con las negociaciones del Tratado de Maastricht.
Desde entonces, la construcción de Europa ha estado en el centro de todas mis misiones, tanto a nivel nacional —al frente del Tesoro italiano y luego como presidente del Consejo— como a nivel europeo, al frente del Banco Central Europeo.
Sin embargo, hoy, las perspectivas para Europa nunca han sido, que yo recuerde, tan difíciles. Casi todos los principios en los que se basa la Unión están siendo cuestionados.
Habíamos construido nuestra prosperidad sobre la apertura y el multilateralismo, y hoy nos enfrentamos al proteccionismo y a las acciones unilaterales.
Creíamos que la diplomacia podía ser la base de nuestra seguridad, pero hoy asistimos al retorno del poder militar como medio para afirmar los intereses propios.
Habíamos prometido liderar la responsabilidad climática, pero hoy los demás se retiran y nos dejan soportar unos costes cada vez mayores.
El mundo que nos rodea ha cambiado radicalmente. Y Europa tiene dificultades para reaccionar.
Esto plantea una pregunta crucial: ¿por qué no conseguimos cambiar?
A menudo se nos dice que Europa se forja en las crisis. Pero, ¿qué nivel de gravedad debe alcanzar una crisis para que nuestros dirigentes unan finalmente sus fuerzas y encuentren la voluntad política para actuar?
Tras la gran crisis financiera y la crisis de la deuda soberana, el BCE, gracias en particular a su mandato europeo, ha evolucionado hacia una institución más federal; también se ha puesto en marcha la unión bancaria.
Pero desde entonces, nuestros retos se han vuelto cada vez más complejos y ahora requieren una acción conjunta por parte de los Estados miembros.
Afectan a ámbitos como la defensa, la seguridad energética y las tecnologías avanzadas, que requieren una escala continental e inversiones compartidas.
Y en algunos de estos ámbitos, en particular la defensa y la política exterior, se necesita un mayor grado de legitimidad democrática.
Sin embargo, desde hace muchos años, nuestra gobernanza no ha cambiado.
Hoy, nuestra confederación europea simplemente no está en condiciones de responder a estas necesidades.
La escala nacional ya no es suficiente para gestionar eficazmente los enormes retos a los que nos enfrentamos. E incluso si quisiéramos transferir más competencias a Europa, este modelo no nos ofrece la legitimidad democrática para hacerlo.
Lo que nos frena no es una restricción jurídica relacionada con los tratados.
La restricción más profunda es que, ante este nuevo mundo, no hemos construido un mandato común —aprobado por los ciudadanos— para lo que nosotros, los europeos, realmente queremos hacer juntos.
Por eso, el futuro de Europa debe ser un camino hacia el federalismo.
No se trata de un sueño, sino de una necesidad.
Sin embargo, por muy deseable que sea una verdadera federación, requeriría unas condiciones políticas que hoy no se dan. Y los retos a los que nos enfrentamos son demasiado urgentes como para esperar a que se den.
El único camino posible es el de un nuevo federalismo pragmático.
Un federalismo basado en determinados ámbitos clave, flexible y capaz de proyectarse y actuar al margen de los mecanismos más lentos del proceso de toma de decisiones de la Unión.
Se construiría a partir de «coaliciones de voluntarios» en torno a intereses estratégicos comunes, reconociendo que las diferentes fuerzas de Europa no exigen que todos los países avancen al mismo ritmo.
Imaginemos.
Países con sectores tecnológicos fuertes que acuerdan un régimen común que permite a sus empresas desarrollarse rápidamente.
Naciones con industrias de defensa avanzadas que unen sus esfuerzos en materia de investigación y desarrollo y financian contratos públicos comunes.
Líderes industriales que coinvierten en sectores críticos como los semiconductores o en infraestructuras de red que reducen los costes energéticos.
Este federalismo pragmático permitiría a los que tienen mayores ambiciones actuar con la rapidez, la amplitud y la intensidad de otras potencias mundiales.
Además, podría contribuir a renovar el impulso democrático de la propia Europa.
De hecho, la adhesión exigiría a los gobiernos nacionales obtener apoyo democrático para objetivos comunes específicos, lo que daría lugar a la construcción ascendente de un objetivo común —y no a una imposición descendente—.
Todos los que deseen adherirse podrían hacerlo, mientras que los que tratan de bloquear el progreso ya no podrían frenar a los demás.
En resumen, esto ofrece una visión llena de confianza de Europa, una visión en la que los ciudadanos pueden creer.
Una Europa en la que los jóvenes vean su futuro. Una Europa que se niegue a ser pisoteada. Una Europa que actúe no por miedo al declive, sino por orgullo de lo que aún puede lograr.
Esta es la visión que debemos proponer si queremos que Europa se renueve.













