1. El regreso del estadista
Bruselas, otoño de 2025. Mario Draghi sube al estrado con su habitual calma y una carpeta gris bajo el brazo. El hombre que salvó al euro en 2012 regresa, no como banquero ni primer ministro, sino como arquitecto de una nueva Europa. Su informe sobre la competitividad, encargado por la Comisión Europea, es más que un documento técnico: un manifiesto político.
Europa, advierte sin dramatismo pero con una lucidez que incomoda, vive una crisis existencial. No se trata ya de deuda o recesión cíclica, sino de pérdida de competitividad, soberanía y relevancia global. “La inacción amenaza nuestra competitividad y nuestra soberanía”, insiste como si cada palabra pesara. Propone refundar el proyecto europeo en tres pilares: integración política, estrategia industrial común y gobernanza económica capaz de movilizar inversiones masivas.
Desde la crisis del euro, Europa ha encadenado sobresaltos -pandemia, guerra, inflación, tensiones globales- que han revelado los límites de su arquitectura institucional.
Draghi plantea una disyuntiva clara: o Europa se reinventa como potencia política, económica y tecnológica, o quedará relegada a la periferia de la historia.
2. Un continente que pierde impulso
El diagnóstico que presenta es tan sólido como incómodo y contundente. Mientras Estados Unidos y China compiten por el liderazgo tecnológico y militar, Europa se estanca. El crecimiento se debilita, la productividad no despega y la inversión privada emigra hacia mercados más dinámicos.
El continente necesitaría entre 750.000 y 800.000 millones de euros adicionales cada año para sostener su modelo social, la transición ecológica y su autonomía estratégica. La falta de coordinación fiscal y la incapacidad para movilizar capital común agravan la brecha.
Pero el problema va más allá de lo económico, es también político y cultural. Europa se ha vuelto una “unión de procedimientos”, más pendiente de cumplir normas que de lograr resultados. Su burocracia paraliza decisiones y su estructura de poder fragmenta la acción. “Europa no puede ser solo un mercado -afirma-, debe convertirse en una potencia con ambición geopolítica.”
El continente, acostumbrado a confiar en el comercio y la diplomacia, enfrenta ahora un mundo regido por la lógica de los bloques. Esa dependencia del pasado lo deja sin reflejos ante el nuevo orden global.
3. Una Europa atrapada en su propio diseño
Draghi no disimula: la estructura institucional europea es un obstáculo en sí misma. La regla de la unanimidad, que otorga poder de veto a cada Estado en temas clave -defensa, fiscalidad, política exterior- hace casi imposible una acción eficaz. “Garantiza que nadie pierda, pero también que todos pierdan a la larga.”
Propone reemplazar ese equilibrio inmóvil por un federalismo pragmático, un modelo intermedio entre el federalismo clásico y la cooperación intergubernamental. No se trata de fundar unos “Estados Unidos de Europa”, sino de actuar juntos donde hacerlo por separado ya no tiene sentido.
La soberanía, dice, no se disuelve, se comparte. Energía, defensa, innovación y digitalización e infraestructuras globales deberían gestionarse de forma común, mientras el resto de las competencias seguirían en manos de los Estados. El modelo híbrido que plantea combina capacidad de acción compartida y respeto por la diversidad nacional. “La soberanía compartida hoy es la única forma de no perderla mañana.”
No se trata de un federalismo dogmático, sino de uno adaptativo. Draghi imagina una Europa de “geometría variable”, donde las decisiones se tomen por mayorías cualificadas y donde los países dispuestos a avanzar puedan hacerlo sin quedar atados a los más reacios. La idea recuerda al método funcional de Jean Monnet, pero aplicada a una era de incertidumbre global.
4. El plan Draghi: tres pilares para un nuevo contrato europeo
4.1. Un plan de inversión continental
El primer pilar es económico. Draghi plantea un plan de inversión permanente, inspirado en el fondo Next Generation EU, pero con vocación estructural. No busca asumir de forma colectiva pasivos heredados, sino unir recursos para impulsar el futuro: transición verde, defensa común, digitalización y tecnología.
El mecanismo combinaría deuda común, fondos nacionales y capital privado. Europa, sostiene, debe aprender a invertir como bloque, igual que EEUU o China impulsan sus sectores estratégicos. “Se trata de compartir inversiones de futuro.”
4.2. Una estrategia industrial y tecnológica
El segundo pilar es industrial y tecnológico. Draghi critica la ortodoxia europea en materia de competencia: obsesionada con evitar monopolios, ha impedido crear campeones industriales. Resultado: fragmentación y dependencia externa.
Draghi propone un cambio de paradigma: concentrar recursos en sectores estratégicos -semiconductores, IA, renovables, defensa- y reducir la dependencia tecnológica. “Sin poder industrial no hay soberanía estratégica.”
Sugiere adaptar el marco regulatorio, incluyendo normas emblemáticas como el GDPR, para equilibrar la protección de derechos con la necesidad de innovar. Europa no puede permitirse regular el futuro mientras otros lo construyen.
4.3. Gobernanza económica y fiscal
El tercer pilar es institucional. Draghi lo considera el más difícil, pero también el más necesario. Sin una capacidad fiscal común, la UE carece de herramientas reales para responder a las crisis. Propone crear un Tesoro europeo con competencias limitadas pero efectivas y dotar a la Unión de ingresos propios -impuestos sobre emisiones, beneficios digitales o transacciones financieras- que financien políticas conjuntas sin depender de la caridad de los Estados.
El objetivo: coordinar políticas macroeconómicas, alinear inversión, sostenibilidad y estabilidad, y reconstruir legitimidad a través de resultados tangibles.
5. Tensiones y fracturas
Las propuestas de Draghi dividen al continente. Francia, Italia y España apoyan una Europa más integrada y soberana; Alemania, Países Bajos y los nórdicos se oponen a compartir deuda y poder fiscal.
Los países bálticos y del este apoyan una Europa fuerte en defensa frente a Rusia, pero recelan de avanzar hacia una mayor centralización fiscal o política.
Las viejas fracturas norte-sur y este-oeste reaparecen bajo nuevas formas.
Pero Draghi advierte que el verdadero problema es político: el desgaste democrático y el auge del populismo erosionan la legitimidad de la Unión. “Si los europeos no sienten que esta Unión les pertenece, cualquier reforma será estéril.”
La refundación, insiste, no puede limitarse a instituciones y presupuestos: debe incluir un nuevo contrato social europeo.
6. Europa y el poder en el siglo XXI
La noción de “autonomía estratégica” ha pasado de la teoría a la necesidad. Europa debe actuar como actor global coherente. Sin poder económico no hay poder político, y sin soberanía tecnológica no hay soberanía real.
“La diplomacia ya no basta: el poder militar vuelve a ser instrumento de influencia”, advierte.
Su “Europa-potencia” es una red de capacidades compartidas: defensa común, política energética autónoma e industria estratégica.
Pero los desafíos actuales exigen una escala inédita.
7. Entre la urgencia y la política posible
El principal obstáculo para la refundación europea no es técnico ni financiero, sino político.
Reformar los Tratados exige unanimidad, algo hoy improbable. “Una verdadera federación requeriría unas condiciones políticas que hoy no se dan.”
Draghi defiende avanzar mediante coaliciones de Estados dispuestos, usando mecanismos ya existentes.
La integración europea siempre avanzó a golpe de crisis.
Su propuesta es un método de supervivencia: actuar donde se pueda, cuando se pueda y con quienes estén dispuestos.
8. El desafío democrático
Europa sufre un déficit de liderazgo, de visión compartida y de conexión con la ciudadanía. La burocracia comunitaria se ha convertido en un símbolo de distancia.
La refundación debe ir acompañada de una narrativa política que reconecte a la Unión con sus ciudadanos.
“Europa se forja en las crisis”, recuerda, pero pregunta: “¿Qué gravedad debe alcanzar una crisis para que nuestros dirigentes unan finalmente sus fuerzas…?”
El dilema europeo: convertir la urgencia en visión y la crisis en oportunidad.
El texto alerta sobre un posible keynesianismo armamentístico, que desviaría a Europa de sus valores fundacionales: paz, diálogo, justicia social, desarrollo humano compartido.
La audacia no debería expresarse en la lógica del poder, sino en reinventar un modelo de convivencia y progreso centrado en las personas.
“Una Europa que actúe no por miedo al declive, sino por orgullo de lo que aún puede lograr.”
La refundación es también moral: recuperar la voluntad de actuar juntos y recordar que la unidad europea siempre fue una necesidad civilizatoria.
Europa está ante un nuevo punto de inflexión.
Una refundación, sí, pero también una reconciliación con lo que hizo grande al proyecto europeo: la convicción de que la cooperación es la forma más ambiciosa de poder.
SOBRE LA FIRMA:
Carlos M. Ortiz Bru es exconsejero de Transportes y Telecomunicaciones en la Representación de España ante la Unión Europea y administrador civil del Estado.











