Tras más de dieciséis horas de cumbre -un formato que Bruselas confunde con liderazgo- los jefes de Gobierno salvaron la célebre “noche de paz” aprobando un préstamo de 90.000 millones de euros para Ucrania y prometiendo, con gesto grave y cejas fruncidas, que lo verdaderamente importante se resolverá más adelante. El futuro, ese gran contenedor europeo donde se almacenan decisiones incómodas junto a viejas estrategias y planes nunca estrenados.
1. Evitar el desastre como modelo de gobernanza
El acuerdo fue celebrado como un éxito. Y lo fue, si el listón es evitar el desastre. Ucrania no se queda sin dinero, los mercados no se sobresaltan, nadie abandona la sala dando un portazo y todos regresan a casa con una declaración que empieza por “reafirmamos” y termina por “seguiremos trabajando”. En la UE, gobernar consiste en llegar vivos al comunicado final y que la foto no salga borrosa.
2. Merz, la épica y el choque con la realidad jurídica
Friedrich Merz aterrizó en Bruselas con la convicción del recién iluminado. Había encontrado la solución perfecta: usar los activos rusos congelados para financiar a Ucrania. Moralmente impecable, políticamente rentable, estratégicamente rotunda, legalmente dudosa. El agresor paga, el agredido resiste, Europa lidera.
Una fábula moral impecable, hasta que recuerda que los activos no habitan en la épica ni flotan en el éter de las ideas, sino que reposan muy concretamente en Bélgica, donde la lírica no suspende tratados ni sirve de defensa ante un juez, con serio riesgo perder y pagar.
Merz habló de inevitabilidad. De que no había plan B. En la Unión Europea, esa frase suele ser una invitación al desastre. Porque aquí siempre hay plan B, C y, llegado el caso, plan Costa. Alemania descubrió -no por primera vez- que tener razón ya no equivale a mandar, y que la autoridad moral pesa menos cuando el riesgo jurídico tiene dirección postal.
España acompañó el relato, pero no el salto al vacío. Hizo lo de siempre, asentir en público y calcular en privado ejerciendo su especialidad comunitaria: estar sin estar.
3. Bélgica, el adulto en la habitación
Bart De Wever, primer ministro belga, hizo de adulto en la sala. Recordó que la política no es un ejercicio de catarsis moral y que los gestos heroicos pierden brillo cuando vienen acompañados de riesgos jurídicos descomunales.
Bélgica custodia Euroclear, los activos rusos y, por tanto, la factura potencial. Su negativa fue fría, técnica y devastadoramente eficaz.
En una UE que proclama el Estado de derecho como dogma, Bélgica se limitó a tomárselo en serio.
4. El BCE y la memoria de los mercados
El Banco Central Europeo añadió una capa de sobriedad casi antipática. Tocad las reservas soberanas, advirtió, y no os sorprendáis si el euro deja de parecer un refugio seguro. El BCE no mató la épica: simplemente recordó que los precedentes mal pensados sobreviven a los discursos grandilocuentes y que los mercados tienen memoria larga, incluso cuando los líderes no la tienen.
5. El plan Costa: deuda común, pero provisional
Con el café agotado, los ojos rojos y el optimismo evaporado, el verdadero miedo ya no era perder el debate estratégico, sino acabar la cumbre sin acuerdo. En Bruselas, no hay pecado mayor. Fue entonces cuando António Costa apareció con la solución clásica: deuda común, pero provisional; ambición, pero encapsulada; unidad, pero con excepciones cuidadosamente diseñadas.
A las dos de la madrugada presentó el plan. A las tres se aprobó. Milagro administrativo. Ucrania recibirá 90.000 millones de euros para 2026 y 2027, financiados con endeudamiento europeo respaldado por el presupuesto comunitario.
Los activos rusos seguirán congelados, intactos, convertidos en una reliquia estratégica que nadie toca, pero todos enseñan, como si su mera existencia bastara para demostrar firmeza.
La arquitectura política del acuerdo es una obra de orfebrería comunitaria. Se recurre a la cooperación reforzada para que Chequia, Hungría y Eslovaquia no paguen. Viktor Orbán, que había prometido bloquearlo todo, descubrió que los principios se vuelven flexibles cuando no hay transferencia bancaria. Europa avanzó, una vez más, no por consenso, sino por exclusión elegante, una técnica elevada ya a arte institucional.
6. La épica de las conclusiones y el vacío de la decisión
Las conclusiones oficiales del Consejo Europeo despliegan toda la épica disponible. Apoyo “inquebrantable” a Ucrania. Defensa de su soberanía. Paz justa basada en la Carta de la ONU. Garantías de seguridad robustas. Más sanciones. Más presión. Más compromiso.
El texto es tan exhaustivo que parece escrito para que nadie note lo que falta: una decisión definitiva sobre quién asume el coste real del conflicto.
Porque la UE ha decidido, en realidad, no decidir aún. Ha optado por guardar su bala más potente -los activos rusos- para una negociación futura que todos invocan y nadie concreta. No es cobardía, se insiste, sino prudencia estratégica. Puede ser. Pero la prudencia reiterada acaba pareciéndose sospechosamente a la parálisis elegante, esa especialidad comunitaria que permite ganar tiempo sin ganar poder.
Conviene decirlo sin rodeos: la solución “provisional” adoptada es probablemente la más razonable desde el punto de vista jurídico, político y económico. Evita litigios inciertos, preserva la estabilidad financiera y mantiene una unidad mínima en un momento delicado.
El problema es otro. En el argot comunitario, lo “provisional” rara vez es transitorio, y esta fórmula tiene todas las papeletas para convertirse en permanente. Aplazar deja de ser una excepción y pasa a ser método. Y ese método tiene una ventaja añadida: permite avanzar sin contar del todo a la ciudadanía que la solidaridad se traduce en más deuda, más gasto común y, en última instancia, impacto directo en sus bolsillos.
Posponer no solo compra tiempo; también evita el debate, la pedagogía y el consentimiento.
La paradoja es evidente: la Unión quiere ser actor geopolítico, pero sigue comportándose como administrador de riesgos. Quiere influir en el mundo, pero teme alterar su propio equilibrio interno. Aspira a liderar, pero rehúye las decisiones que definen el liderazgo. Así, cada cumbre se convierte en un ejercicio de contorsionismo político donde lo esencial se posterga y lo accesorio se eleva a categoría de consenso.
7. Mercosur o el tractor como límite geopolítico
Y mientras tanto, Mercosur volvió a demostrar que Europa es geopolítica hasta que aparece un tractor. Veinticinco años de negociación, una urgencia global evidente y, aun así, otro aplazamiento. Francia duda, Italia frena, los agricultores protestan y Giorgia Meloni ejerce el poder más eficaz de la UE actual: el veto sin alternativa.
Ursula von der Leyen cancela su viaje, Lula suspira con paciencia diplomática y el libre comercio vuelve al cajón de “enero”, ese mes mítico en el que Europa siempre promete empezar de verdad.
Meloni no lidera proponiendo; lidera bloqueando. Y en una Unión fragmentada, bloquear es poder. Bélgica lo ha demostrado con los activos rusos; Italia, con Mercosur. Alemania, en cambio, ha descubierto que el liderazgo ya no se hereda ni se presupone: se negocia, y a menudo se pierde.
8. Reparto de papeles en la UE fragmentada
El reparto de papeles queda claro. Merz aprende que Alemania ya no impone. Von der Leyen comprueba que liderar la Comisión no significa mandar. Meloni confirma que frenar es gobernar. Bélgica demuestra que quien guarda el dinero acaba guardando la decisión, España ratifica que prefiere no molestar, incluso cuando pierde. Y António Costa se consolida como el bombero jefe de la UE: siempre llega a tiempo para evitar el incendio, aunque la casa siga construida con materiales inflamables.
Al final, todos sonríen para la foto. Europa ha demostrado flexibilidad, resiliencia y capacidad de adaptación, se repite con insistencia casi terapéutica. Tal vez sea cierto.
Pero también ha vuelto a confirmar que su mayor talento no es resolver contradicciones, sino administrarlas con elegancia, lenguaje solemne y plazos abiertos.
9. Epílogo: el aplazamiento como política pública
Europa salió viva de su nochebuena institucional. No es poco. Pero sigue sin decidir si quiere ser un actor estratégico capaz de asumir riesgos o un gestor profesional del aplazamiento permanente. De momento, ha elegido lo segundo. Y lo ejerce con tal maestría que casi ha convertido la procrastinación en política pública.
El problema es que el mundo no siempre concede prórrogas. Y los villancicos, una vez apagados, no financian guerras, ni pagan facturas, ni sustituyen decisiones.Porque más allá del ruido interno, Europa se juega algo más amplio.
El acuerdo con Mercosur, en especial, no es un apéndice comercial ni una concesión agrícola incómoda: es una pieza estratégica para equilibrar una política norteamericana cada vez más abiertamente antieuropea y proteccionista.
En un mundo de bloques, renunciar a Mercosur es aceptar la irrelevancia voluntaria.
La UE necesita mostrar que no se encierra en la órbita de un solo poder, que no subcontrata su política exterior y que sigue siendo capaz de tejer alianzas sin pedir permiso. Abrirse a Mercosur, dialogar con los BRICS o negociar con China no es una traición a los valores europeos, sino la única manera de que esos valores sigan teniendo peso.
Una Europa que solo se habla a sí misma acaba siendo escuchada por nadie.