Nancy Pelosi, histórica dirigente del Partido Demócrata y primera mujer en presidir la Cámara de Representantes de Estados Unidos, ha anunciado que no concurrirá a la reelección, lo que supone su retirada definitiva tras 37 años ocupando un escaño por California. Con su marcha se cierra uno de los ciclos más prolongados y determinantes en la política legislativa estadounidense contemporánea.
Pelosi ya había dado un paso atrás en 2022, cuando renunció al liderazgo del grupo demócrata en la Cámara tras las elecciones de medio mandato, cediendo el testigo a Hakeem Jeffries. Sin embargo, su continuidad como congresista mantenía viva una influencia clave en la disciplina de voto y en la recaudación de fondos para campañas federales. El anuncio despeja ahora cualquier incertidumbre y acelera el relevo generacional en las filas demócratas.
Durante dos décadas al frente del caucus —en etapas alternas como líder de la oposición o speaker—, Pelosi fue clave en la aprobación de reformas estructurales como la Affordable Care Act (Obamacare) en 2010, los paquetes de estímulo durante la pandemia o la legislación de infraestructuras impulsada por Joe Biden. También dirigió la Cámara en los dos procesos de impeachment contra Donald Trump y contuvo rebeliones internas en votaciones decisivas, consolidándose como una de las operadoras parlamentarias más eficaces del Capitolio.
Su anuncio coincide con un contexto de creciente presión interna para renovar liderazgos y con el impacto personal derivado del ataque violento sufrido por su marido en 2022, un episodio que marcó su discurso sobre la polarización política y la seguridad institucional.
En su distrito de San Francisco, sólidamente demócrata, no se prevé riesgo electoral para el partido, pero sí se anticipa una disputa intensa en las primarias entre perfiles progresistas y continuistas vinculados a la red política de Pelosi. Analistas apuntan a que su retirada reconfigurará apoyos, influencia presupuestaria y recaudación de cara a los comicios de 2026.
A sus 85 años, Pelosi deja la Cámara con un legado histórico y una arquitectura interna de poder que seguirá pesando en futuras negociaciones legislativas. Su salida simboliza el fin de una era en la que la disciplina de voto, la gestión de crisis y la construcción de mayorías fueron la seña de identidad demócrata en la Cámara de Representantes.
Fuentes de su entorno descartan, por ahora, nuevos cargos ejecutivos. El foco apunta a actividad institucional residual, fundaciones y apoyo selectivo a candidatos clave en las próximas campañas nacionales. Con su retirada, la política estadounidense pierde una figura central en los equilibrios institucionales de las últimas cuatro décadas.
