Siria alcanza este lunes el primer aniversario de la caída del régimen de Bashar al Assad, derrocado tras una ofensiva conjunta de yihadistas y grupos rebeldes liderados por Hayat Tahrir al Sham (HTS). Durante estos doce meses, las nuevas autoridades encabezadas por Ahmed al Shara han impulsado una intensa ofensiva diplomática para lavar la imagen del país y recomponer los lazos con la comunidad internacional después de años de aislamiento, aunque sobre el terreno persisten graves problemas de seguridad, de gestión política y una profunda emergencia humanitaria.
El derrumbe del régimen, instaurado en 1971 tras el golpe de Estado de Hafez al Assad y heredado en el año 2000 por su hijo Bashar, se consumó con la huida de este último a Rusia ante el avance de las fuerzas insurgentes desde Idlib, en el noroeste. Entre el 27 de noviembre y el 8 de diciembre, estos grupos lograron hacerse con las principales urbes del país hasta culminar con la toma de Damasco.
La ofensiva coincidió con el alto el fuego en Líbano entre Israel y Hezbolá, sellado tras trece meses de hostilidades desencadenadas por los ataques del 7 de octubre de 2023. En ese contexto, tanto el grupo chií libanés como los tradicionales aliados de Al Assad, entre ellos Irán y Rusia, se encontraban debilitados o volcados en otros frentes, lo que dejó al régimen sirio prácticamente sin respaldo externo, ya muy erosionado tras años de guerra civil iniciada por la represión de las protestas de 2011 en plena ‘Primavera Árabe’.
Con la llegada de Al Shara al poder, hasta entonces líder de HTS –organización catalogada como terrorista, al igual que él mismo–, se puso en marcha la creación de unas nuevas instituciones y, sobre todo, una estrategia para ganar reconocimiento exterior. El hasta ahora conocido como “Abú Mohamed al Golani” conserva un peso determinante en el Ejecutivo, pese a sus mensajes públicos en favor de la integración política y el pluralismo interno.
Desde entonces, Al Shara ha insistido en la necesidad de abrir un proceso de diálogo y de acercar a Damasco a las potencias occidentales. Este giro quedó simbolizado en su discurso de septiembre ante la Asamblea General de Naciones Unidas y en su histórica visita a la Casa Blanca en noviembre, donde se reunió con el presidente estadounidense, Donald Trump, y llegó a ser fotografiado jugando al baloncesto con altos mandos militares de Estados Unidos, antiguos enemigos en el campo de batalla.
La campaña de Al Shara ha obtenido resultados parciales, como la decisión de Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y Reino Unido de retirar las sanciones económicas impuestas a Siria. El dirigente presenta esta medida como un paso clave para reactivar la economía nacional y facilitar la llegada de ayuda, inversiones y fondos destinados a la reconstrucción y a la recuperación productiva del país.
Pese a estos avances, el Gobierno interino se topa con obstáculos significativos. La falta de mejoras palpables en el ámbito humanitario y el deterioro de las condiciones socioeconómicas alimentan el descontento social, mientras que miembros de distintas minorías, entre ellos kurdos, alauíes y drusos, denuncian sentirse excluidos del proceso político. Los escasos progresos en el diálogo nacional y los choques entre comunidades, acompañados de acusaciones de atrocidades a manos de las fuerzas de seguridad, incluidas ejecuciones de cientos de civiles, agravan aún más las tensiones internas.
PROBLEMAS DE SEGURIDAD
Tras la conquista de Damasco, Al Shara ordenó el desmantelamiento del viejo aparato de seguridad, dominado históricamente por cuadros alauíes. Esta decisión se considera uno de los factores que explican el estallido de los enfrentamientos de marzo, cuando un antiguo alto responsable del régimen de Al Assad encabezó un levantamiento que fue sofocado por las actuales fuerzas gubernamentales, integradas por exrebeldes y combatientes yihadistas que lucharon contra el antiguo poder. Durante la represión se documentaron abusos y crímenes que llevaron al presidente de transición a anunciar investigaciones, aunque por ahora no se han traducido en consecuencias de calado.
Meses después, unos choques entre beduinos y drusos en la provincia meridional de Sueida derivaron en una intervención de las fuerzas de seguridad a favor de los primeros, lo que desencadenó combates generalizados que dejaron más de mil muertos y decenas de miles de desplazados. Israel utilizó este episodio como argumento para lanzar bombardeos “en defensa” de la población drusa, reforzando así su huella militar en Siria y consolidando posiciones sobre el terreno tras la huida de Al Assad.
En este contexto, el portavoz del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Thameen al Keethan, ha señalado que “si bien las autoridades interinas han dado pasos esperanzadores para abordar las violaciones del pasado (durante el régimen de Al Assad), son solo el inicio de lo que hay que llevar a cabo”, ante las denuncias sobre “ejecuciones sumarias, asesinatos arbitrarios y secuestros, principalmente contra miembros de ciertas comunidades y personas acusadas de lazos con el anterior Gobierno”.
La evolución de la situación y el comportamiento de las nuevas fuerzas de seguridad son observados con atención por Israel, que se ha mostrado dispuesto a negociar con Damasco tras las presiones de Trump, aunque exige una zona tapón desmilitarizada en la frontera. Al mismo tiempo, ha aprovechado el vacío de poder para destruir buena parte de las capacidades militares sirias y ocupar varias áreas estratégicas.
El viraje de Al Shara y su voluntad de estrechar lazos con Occidente, incluida su incorporación a la coalición internacional contra Estado Islámico liderada por Estados Unidos, han provocado el rechazo de sectores más radicales y de línea dura. Estos grupos le acusan de traicionar los objetivos que defendía cuando era un comandante yihadista y tratan de minar su autoridad, generando fuertes tensiones internas en el nuevo entramado de poder.
LA SITUACIÓN HUMANITARIA
En el ámbito humanitario, Mohamad al Nsur, responsable de la sección de Oriente Próximo y Norte de África de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, afirmó recientemente que “las cosas están mejorando”, aunque reconoció que el país sigue afrontando enormes dificultades para avanzar en la reconstrucción y en la recuperación económica.
La Agencia de la ONU para los Refugiados advierte de que 16 millones de sirios necesitan asistencia humanitaria y alerta de que las condiciones “siguen siendo extremadamente frágiles”, con “viviendas, sistemas de agua, escuelas e instalaciones sanitarias dañadas o saturadas”. Muchos refugiados en los países vecinos continúan expuestos a carencias similares, sin garantías de alojamiento digno ni de acceso a servicios básicos.
En la misma línea, la organización no gubernamental Save the Children subraya que la población que regresa a Siria se enfrenta a la tarea de rehacer su vida en medio de infraestructuras devastadas, un acceso muy limitado a la educación y a la sanidad, y una economía prácticamente colapsada. Desde la caída de Al Assad, más de 1,2 millones de refugiados y 1,9 millones de desplazados internos han vuelto a sus localidades de origen, a menudo sin apoyo suficiente.
La ONG recalca que el empleo es escaso y que el 90 por ciento de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, en plena crisis económica. En este contexto, Rasha Muhrez, directora de Save the Children en Siria, ha señalado que “muchas” personas quieren regresar a sus hogares “pero se encuentran con la devastación y la falta de servicios básicos”.
“Debemos garantizar que las personas puedan regresar de forma segura y que los niños y niñas tengan acceso a la educación, la atención sanitaria y la protección. La infancia debe estar en el centro de la reconstrucción de Siria”, ha añadido, lamentando al mismo tiempo los recortes en la financiación internacional de la ayuda en un momento en el que “la inversión es crucial”. “Instamos a la comunidad internacional a que no se olvide de Siria. La crisis está lejos de haber terminado”, ha concluido.











