Hace menos de diez días pude visitar con una delegación de la Asamblea Parlamentaria de la Organización de Cooperación y Seguridad Europea (OSCE) Jerusalem y Cisjordania, la frontera de Gaza en la zona del ataque terrorista al Nova festival del 7 de octubre de 2023, la frontera del norte de Israel con Líbano en la zona de confrontación con Hezbollaz y por supuesto una ciudad que baña el mar como Tel Aviv. Fueron días de calma en tiempo de alto el fuego que hoy ya vuelven a ser lejanos. La sangre tiñe de nuevo el mar que besa Gaza, y que por cierto a pocos kilómetros también baña Tel Aviv.
Hoy, mientras escribo estas líneas y recuerdo la belleza infinita de Jerusalem, vuelvo a ver el horror de las bombas sobre Gaza mientras vuelvo a visualizar mentalmente el horror del vídeo de más de 20 minutos que ha elaborado el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel y que muestra las atrocidades cometidas por Hamás el 7 de octubre de 2023. Es chocante la presión psicológica que las autoridades de un país, de la magnitud de Israel, haga visionar estas imágenes atroces sobre civiles hombres y mujeres inocentes para hacernos comprender a parlamentarios internacionales el dolor infinito, que conocemos, compartimos y que maldecimos, para con ello expresar su dolor pero al mismo tiempo tratar de justificar así sus operaciones militares que han vuelto a reanudar como nos repitieron incansablemente sus representantes políticos e institucionales que sucedería.
Cuando la guerra es más atractiva que la paz, se camina hacía la inestabilidad y la incertidumbre permanente
En una tierra que el gran patriarca de Jerusalem describió como una tierra en la que las tres grandes religiones y sus poblaciones están destinadas a vivir juntas y en las que las autoridades palestinas no dudan en calificar de genocidio la situación en Gaza, cualquier demócrata condena estos ataques del 7 de octubre de 2023. Condenar no quiere decir en cambio que no pueda recordarse que las democracias no asesinan a civiles. En cambio, lo que es más inquietante es que una democracia como la de Israel se niegue a tener empatía con las víctimas gazatíes, y que el propio presidente de su parlamento nos dijera en una de las reuniones que mantuvimos que eran ¨daños colaterales de la guerra”.
A mi me cuesta denominarlo guerra cuando hay más de 50.000 civiles muertos, e incluso en este caso si fuera una guerra a gran escala (algo que rechazo de plano) el derecho internacional humanitario tiene en sus cuatro Convenciones de Ginebra de 1949 un paraguas bien claro para el trato de los combatientes y de los civiles en tiempo de conflicto.
El terrorismo hay que combatirlo desde todos los ángulos, pero me pareció más sensato ofrecer un plan de paz a simplemente describir acciones militares que no tienen fin y a elogiar el plan de paz de Trump. Prefiero creer en una cierta esperanza y en una cierta concreción, como trataron de transmitirnos en Ramallah los representantes de la autoridad palestina que piden acuerdos por el bien de su población, por la paz, que propuestas de paz en forma de vídeos en los que se habla de resorts, de movimientos forzados de población y proyectos inmobiliarios por mucho que Ariel Sharon ya hablara de Gaza como de una posible Singapour hace ya más de 15 años.
Por la parte palestina, pese a ese plan, la situación tampoco es sencilla. Es evidente que hace tiempo que no se han realizado elecciones, que las estructuras del Estado están hoy cercenadas por los roles de las organizaciones terroristas en áreas como Gaza, y que la situación económica es compleja, pero incluso en este caso hay que buscar soluciones.
Cuando la guerra es más atractiva que la paz, es evidente que se camina hacía la inestabilidad y la incertidumbre permanente, se camina hacia el abismo y la espiral del horror, una situación que parece enquistarse desde las bombas y que además en estas semanas se ha ampliado por la situación cada vez más preocupante en Siria.
El plan de paz
Sin embargo, el plan de destrucción total parece inexorable tras la reanudación de los bombardeos. “Vamos a terminar el trabajo”, nos repitieron hace menos de 10 dias en varias de las reuniones parlamentarias y gubernamentales al tiempo que se hablaba de esperanza en la paz también por el lado israelí.
Dicho esto, el horizonte me pareció tremendamente vago. No explicaron más allá de ideas difusas como la de apoyar el plan Trump, una política de separación que no se explicó pero se intuyó y que ya se aplica sobre el terreno y que algunos califican de gazificación a gran escala, la imposibilidad total de dos estados actualmente y la idea de los años veinte del siglo pasado que se traduce en un muro de acero impenetrable para que los israelíes puedan vivir seguros.
Hoy, la guerra prevalece sobre la esperanza. La ayuda humanitaria está limitada a extremos máximos, de acuerdo con lo que nos explicó la Cruz Roja y diversos expertos en Ramallah. Y eso por supuesto es una drama mayúsculo que se suma a la violación de las convenciones de Ginebra que en este conflicto no han sido respetadas. En este marco, se empequeñece a las democracias si se enseña una parte de las víctimas y se desdeña a las demás, a las que además se las cita como simples daños colaterales residuales.
En cambio, soy de los que creo en las palabras del ex ministro francés de Asuntos Exteriores, Dominique de Villepin, que reflexionó, tras los ataques de los terroristas el siete de octubre, sobre el impacto de una respuesta indiscriminada y desproporcionada, que en realidad generan mayor inseguridad en la región y por ende en nuestro planeta.
Es evidente que Israel vive como un shock, como un país antes del 7 de octubre de 2023 y otro tras esos ataques. Y eso ha acabado derivando en un nuevo tiempo que incluso se ha consolidado tras la victoria electoral de Donald Trump. Ahora hay que ser capaces que ese nuevo tiempo no acabe por desestabilizar aún más la región, agrave la inestabilidad en Siria, aumente la tensión con Irán y provoque un aumento de los movimientos fundamentalistas y terroristas en todo Medio Oriente.
Esperemos que el optimismo de la voluntad prevalezca sobre el pesimismo de la razón.
SOBRE LA FIRMA
Pere Joan Pons es Senador por Mallorca y vicepresidente de la Asamblea parlamentaria de la OSCE