En España ya no se espía como antes. Los jueces ordenan pinchar teléfonos, los espías hacen lo que pueden, y el Gobierno adjudica el almacenamiento de esas escuchas a una empresa que usa tecnología de Huawei, como quien compra un jamón por internet sin mirar la etiqueta.
No me pongas esa cara. Igual llevas un Huawei en el bolsillo, de esos que pillaste en el Black Friday con rebaja y envío en 24 horas. Y está bien: para mirar el tiempo o seguir el resultado del derbi, perfecto. Pero para guardar lo que graba un juez de instrucción… igual habría que echarle una pensada.
Los americanos, que en esto no tienen sentido del humor, han levantado la mano. Han avisado: si no hay red limpia, no hay información. Y esta vez no es diplomacia blanda. Es un portazo en la sala de máquinas. Menos inteligencia compartida. Menos cooperación. Más frío en la mesa donde antes te hablaban al oído. En el fondo lo que defienden son sus empresas, para qué nos vamos a engañar. Y hacen lo propio.
Y aquí seguimos, con el debate por las ramas: si es legal, si lo firmó Interior, si estaba en el BOE o lo firmó un becario. Nadie pregunta lo esencial: ¿qué pasa si los americanos —y también los israelíes, que de esto entienden— dejan de pasar datos?
¿Qué pasa si nuestros servicios, que beben de ese caudal, se quedan a secas?
Porque el agujero no es ideológico ni estético. Es técnico. Es saber si, cuando suene la alarma y haya que actuar sin titubeos, España tendrá acceso a lo que necesita… o se quedará mirando al móvil, esperando una alerta que no llega.
Mientras Washington endurece el tono y Bruselas aprieta con las reglas del 5G, Sánchez silba mirando al cielo. El decreto que debía identificar a los proveedores de alto riesgo duerme la siesta desde 2022. Huawei y ZTE, como si nada. Licitan con descuento. Ganan. Instalan. Y nadie se atreve a levantar la ceja. La dichosa ceja.
Y por si faltaba algo, ahora quieren prescindir de los sistemas israelíes que empleábamos en menesteres de seguridad y defensa. No porque fallen, ni porque haya algo mejor. Porque molestan políticamente. Porque Moncloa lo vale.
Resultado: Estados Unidos mosqueado. Israel fuera del mapa. Y nosotros con la red nacional convertida en colador digital con aroma de pollo laqueado.
Mientras Washington endurece el tono y Bruselas aprieta con las reglas del 5G, Sánchez silba mirando al cielo
Entre tanto, Huawei ha hecho lo suyo. No solo firmando contratos. También cultivando amistades. Zapatero, que antes susurraba con Evo y ahora se retrata con Xi, se ha convertido en embajador oficioso del socialismo de importación asiática. Detrás, una fila de apóstoles. Salvador Illa, por ejemplo, ha peregrinado por Oriente repartiendo sonrisas y tarjetas.
Dicen que no hay conflicto de intereses. Solo biografías que se cruzan, casualmente, en la moqueta de Moncloa. Aquí, como siempre, cada palo aguanta su vela. Y eso sí: queremos regular los lobbies. Qué cosas.
Y mientras se firman contratos y se multiplican los silencios, nuestros espías pierden cobertura. Literalmente. Sistemas menos fiables. Menos aliados. Más exposición. Más riesgo.
No seamos ingenuos: esto va de elegir quién te espía. Porque en este juego no hay inocentes, solo opciones. O te escucha quien comparte contigo siglos de historia, valores comunes y reglas reconocibles. O te vigilan los que fingen amistad, pero no hablan tu idioma, no entienden tu sistema y no creen en tu libertad. Y cuando hubo que defenderla, nunca —jamás— pisaron nuestros charcos. A estas alturas, ya sé que en nuestro país un Tezanos entre Trump y Xi ofrecería división de opiniones, y como en los toros: unos aplaudirían al morlaco, otros al estoque. Pero convendría no olvidar en qué lado suele estar la sombra… y en cuál la plaza entera en silencio.
El día que la amenaza no sea un titular, sino una alerta teñida de rojo; el día que no haya tiempo para consultar el pliego de condiciones, alguien preguntará: ¿por qué no supimos nada? ¿por qué no llegó la señal? ¿por qué no pudimos parar el golpe?
Y entonces no servirá hablar del BOE. Ni de la letra pequeña. Ni de la doctrina Moncloa. La culpa será del aire. O de nadie. O de todos. O del chá chá chá.
SOBRE LA FIRMA:
José A. Monago es el portavoz adjunto del Grupo Popular en el Senado. Miembro de las Comisiones de Seguridad Nacional y Defensa.