Trump 2025: cien días de soledad

José Antonio Monago, portavoz adjunto del PP en el Senado, analiza las consecuencias de los primeros meses de la era Trump 2.0. : "Ha demostrado que su verdadera especialidad no es la gestión ni la reforma, sino el arte de transformar cada crisis en herramienta y cada ruptura en táctica"

Donald Trump alcanzó el simbólico umbral de los cien días en su segundo mandato al cierre de abril, y si alguien esperaba una versión más moderada en este período, es probable que ya haya dejado de aguardarla. En lugar de la contención, ha llegado la aceleración; en vez del consenso, la imposición. Cien días después de su regreso a la Casa Blanca, Trump no solo gobierna, sino que despliega su propia versión de lo que significa gobernar: más rápido, más alto y, sobre todo, más solo.

El primer gran acto de esta nueva etapa ha sido económico. Trump ha impuesto los aranceles más altos en más de un siglo, convencido de que un poco de dolor inmediato en las carteras americanas es un precio razonable para resucitar la industria nacional. Wall Street no ha compartido su entusiasmo, y los consumidores, enfrentados a precios más altos, tampoco parecen particularmente edificados. Pero el presidente mantiene la fe: «sacrificios ahora, prosperidad mañana», como si la economía se rigiera por una ley moral más que por un sistema de incentivos.

En política exterior, el guión también ha sido reescrito, o más exactamente, simplificado. Estados Unidos se repliega aún más sobre sí mismo, mientras el Departamento de Estado se vacía de programas que tacha de incómodos, como los de derechos humanos o promoción democrática.

La diplomacia, en la era Trump 2.0, se parece menos a una negociación y más a una serie de ultimátums adornados con sonrisas tensas. Aliados históricos, desconcertados pero ya curtidos tras su primera experiencia, ajustan sus expectativas a la nueva realidad: con Trump, todo puede empeorar antes de mejorar, y conviene por ende, actuar.

Dentro de las fronteras, las sacudidas no han sido menores. La Casa Blanca coquetea con subidas de impuestos a millonarios para cubrir el agujero fiscal que sus propias políticas comerciales ayudan a agrandar, mientras endurece las políticas migratorias y reestructura instituciones independientes. Las tensiones se acumulan: fiscales que renuncian, jueces presionados, agencias desmanteladas o rediseñadas según criterios de fidelidad más que de competencia. En Washington, la estrategia parece clara: erosionar la resistencia del sistema desde dentro, hasta que ya no quede quien cuestione la autoridad presidencial.

En estos cien días de su regreso triunfal, la única imagen verdaderamente amable que Trump ha dejado es la de su inesperada fotografía junto a Volodymyr Zelensky, ambos sentados en San Pedro de Roma durante el funeral del Papa Francisco. Dos líderes enfrentados en el despacho oval, compartiendo, siquiera por unos minutos, el mismo espacio sagrado y el mismo silencio, sin bronca.

La diplomacia, en la era Trump 2.0, se parece menos a una negociación y más a una serie de ultimátums adornados con sonrisas tensas

Algunos observadores más optimistas se atrevieron a sugerir que, quizá, el Espíritu Santo, que tanto trabajo tenía ese día, buscó un hueco para apaciguar ligeramente las formas del presidente estadounidense. El resultado final está por ver. Pero no hay que perder la fe.

Desde el exterior, China observa con mezcla de inquietud y satisfacción. Pekín entiende que una América más errática es una América más predecible en su repliegue, y aprovecha cada resquicio para reforzar sus posiciones en Asia, África y América Latina. Y pellizca lo que puede por nuestros lares. Europa se debate entre las exhortaciones a la «autonomía estratégica» y la melancolía de una alianza que ya no sabe si salvar o dar por perdida.

Quienes soñaban con una segunda presidencia más “presidencial” descubren que Trump, libre de la presión de una reelección futura, se siente menos obligado que nunca a parecer otro. La moderación, si alguna vez fue considerada, ha sido archivada junto a otros artefactos de la política convencional. Para Trump, liderar significa actuar, y actuar significa arremeter.

La política se ha convertido en un espectáculo de improvisación controlada, donde cada escándalo desplaza al anterior antes de que este haya terminado de escandalizar. El país no debate si Trump está cambiando las reglas: asume que ya ha cambiado el tablero completo.

Quizá los cien primeros días sean solo un anticipo. En un mundo que aún se pregunta si el sistema resistirá otro asalto, Trump demuestra que su verdadera especialidad no es la gestión ni la reforma, sino el arte de transformar cada crisis en herramienta y cada ruptura en táctica.

Cabe esperar que, más temprano que tarde, impere el sentido común, y que esa campaña que Trump ha librado contra sí mismo —y que ha deteriorado la imagen de su país y de Occidente como ni los peores enemigos habrían soñado— encuentre aún posibilidad de enmienda.

Trump, siempre más rápido, más alto… y cada vez más solo. Y cuando un líder global corre así, sin freno ni compañía, lo que se pierde no es solo su rumbo. Es el rumbo de todos. Y encima, le salen imitadores.

SOBRE LA FIRMA:

José Antonio Monago es portavoz adjunto del Senado del Grupo Popular. Forma parte también de la Diputación Permanente de dicha Cámara como miembro titular. Ha sido presidente de la Junta de Extremadura entre 2011 y 2015.
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