Naciones Unidas ha solicitado este jueves a la comunidad internacional reunir 880 millones de dólares (750 millones de euros) con el fin de sostener a 4,2 millones de personas en Haití que dependen de la ayuda humanitaria, en un país caribeño cada vez más castigado por la violencia de las pandillas.
La coordinadora humanitaria de la ONU en Haití, Nicole Kouassi, ha lanzado un llamamiento en una nota oficial a los socios internacionales para “proteger vidas, defender la dignidad y garantizar que la esperanza siga siendo posible para las futuras generaciones en Haití”.
La escalada de violencia armada en la isla ha forzado a 1,4 millones de habitantes, cerca del 12 por ciento de la población, a abandonar sus hogares, mientras que la inseguridad alimentaria severa ya alcanza a 5,7 millones de haitianos, situando al país como la sexta crisis de hambre más grave del planeta.
“Estoy profundamente preocupada por el incesante ciclo de violencia y la extrema brutalidad que los haitianos siguen soportando”, ha señalado Kouassi, subrayando que los grupos armados “desplazan por la fuerza a miles de civiles inocentes”, arrasan sus viviendas o reclutan “por la fuerza” a menores, que llegan a representar hasta la mitad de sus combatientes.
El plan humanitario —que prioriza reducir los riesgos inmediatos para las comunidades afectadas, estabilizar a los hogares más golpeados por las crisis recurrentes y restablecer el acceso a los servicios esenciales— se focaliza en los departamentos de Oeste, Centro y Artibonito.
El pasado 30 de septiembre, el Consejo de Seguridad de la ONU autorizó el despliegue de una nueva misión internacional en Haití. Integrada por 5.500 efectivos entre militares y policías, la Fuerza de Represión de las Bandas sustituirá a la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad, encabezada por Kenia.
Aunque se confía en que esta nueva fuerza contribuya a contener la violencia, no bastará por sí sola para atajar las causas estructurales de la crisis. En opinión de los analistas, Haití se ha adentrado en una fase en la que el hambre ha dejado de ser una emergencia puntual para convertirse en una condición permanente.