Lograr la motivación para ejercitarse es frecuentemente el principal obstáculo en la rutina de entrenamiento. Esto podría explicar por qué menos del 25% de las personas cumplen con los niveles de actividad sugeridos por la Organización Mundial de la Salud.
Según las pautas de la OMS, los adultos deberían realizar al menos 150 minutos de ejercicio semanal, abarcando fuerza, resistencia y actividades combinadas; sin embargo, apenas un 22,5% de los adultos y un 19% de los adolescentes globalmente logran estos estándares.
La falta de actividad física se está convirtiendo en un importante factor de riesgo para la salud física y mental a lo largo de la vida, incrementando la necesidad de métodos eficaces que promuevan la participación en ejercicios físicos. Entender cómo los rasgos de personalidad afectan la participación en estas actividades puede potenciar la efectividad de estas intervenciones y mejorar la educación física en las escuelas para fomentar el disfrute durante la actividad física.
Investigadores del Reino Unido han explorado cómo la personalidad influye en nuestras preferencias de ejercicio y nuestro compromiso con estas actividades. «Descubrimos que nuestra personalidad puede influir en la forma en que nos involucramos con el ejercicio y, en particular, en qué formas de ejercicio disfrutamos más», señala la doctora Flaminia Ronca, del Instituto de Deporte, Ejercicio y Salud del University College de Londres (UCL).
«Comprender los factores de personalidad a la hora de diseñar y recomendar programas de actividad física probablemente sea muy importante para determinar el éxito de un programa y si las personas lo mantendrán y se pondrán en forma», añade el autor principal, el profesor Paul Burgess, del Instituto de Neurociencia Cognitiva de la UCL.
PRINCIPALES CONCLUSIONES
Los resultados de la investigación, publicados en ‘Frontiers in Psychology’, revelan que ciertos rasgos de personalidad pueden beneficiarse más de determinados tipos de ejercicios, especialmente en lo relacionado con el alivio del estrés. Durante el estudio, los participantes se sometieron a pruebas de laboratorio para evaluar su condición física inicial y luego fueron divididos en dos grupos: uno recibió un plan de entrenamiento en casa de ocho semanas, mientras que el otro continuó con su vida cotidiana.
Los rasgos de personalidad analizados incluyeron la extroversión, responsabilidad, amabilidad, neuroticismo y apertura. «Nuestros cerebros están conectados de diferentes maneras, lo que determina nuestros comportamientos y cómo interactuamos con nuestro entorno. Por lo tanto, no es sorprendente que la personalidad también influya en cómo respondemos a diferentes intensidades de ejercicio», explica Ronca.
Posteriormente, se observó una notable mejora en la reducción del estrés, especialmente en aquellos con altos niveles de neuroticismo, después de la intervención. «Es una noticia fantástica, ya que demuestra que quienes más se benefician de una reducción del estrés responden muy bien al ejercicio», comenta Ronca.
Finalmente, los investigadores destacan la importancia de encontrar una actividad física que disfrutemos y no desalentarnos rápidamente. «Esperamos que si las personas encuentran actividades físicas que disfruten, se sientan más dispuestas a practicarlas», concluye Burgess. «Después de todo, no tenemos que darle la lata a los perros para que salgan a pasear: ser tan inactivos físicamente que empecemos a sentirnos mal podría ser algo peculiarmente humano. En efecto, nuestro cuerpo nos castiga haciéndonos sentir mal. Pero por alguna razón, muchos humanos parecemos no captar bien estos mensajes que envía a nuestro cerebro».














