Terminada la Semana Santa, el mundo despertó sin redención a la vista. Mientras en las iglesias se hablaba de paz, los tanques rusos seguían avanzando, los drones atravesaban Yemen y la política internacional se reactivaba con un tono de confrontación apenas contenido. Las treguas son teatrales; las guerras, reales.
Donald Trump ha dejado claro que su paciencia tiene fecha de caducidad. “O hay avances inmediatos en Ucrania, o nos retiramos de las negociaciones”, declaró el presidente desde el Despacho Oval. Su secretario de Estado, Marco Rubio, lo dijo sin rodeos: si en unos días no hay resultados, Estados Unidos pasará página. Mientras tanto, Moscú anunció una “tregua pascual” de 24 horas que ni su propia artillería respetó. Zelensky aceptó el gesto solo para exponer el cinismo de Putin, cuyo objetivo no era — ni es— la paz, sino una pausa que le permita ganar margen estratégico.
Trump ha reintroducido una lógica transaccional en la política exterior: si no hay beneficios tangibles, no hay compromiso. Esa doctrina ya tiene efectos. Europa, aún sacudida por la amenaza de una guerra congelada en sus fronteras, asiste impotente al debilitamiento de su autonomía estratégica. Francia acoge las conversaciones de paz con escepticismo. Alemania refuerza el flanco oriental. Italia compra gas y ofrece inversiones para ganarse el favor de Washington, en visitas que han servido de más bien poco.
Trump ha reintroducido una lógica transaccional en la política exterior: si no hay beneficios tangibles, no hay compromiso
Entretanto, el comercio global se fragmenta. La nueva ola de aranceles impuesta por EE.UU. afecta al tomate mexicano, al automóvil europeo y a productos tecnológicos. Apple pierde terreno en China frente a Xiaomi; Ford suspende exportaciones. China contraataca elevando tarifas y facilitando tecnología satelital a los hutíes para atacar barcos occidentales en el Mar Rojo. El mundo avanza, sin quererlo, hacia una guerra fría de nueva generación: sin ideología, pero con herramientas híbridas y costes crecientes.
En el plano interno, EE.UU. vive una creciente polarización. La Casa Blanca lanza una ofensiva ideológica contra las universidades consideradas “liberales”, y el Supremo interviene para impedir deportaciones que violan garantías constitucionales. El enfrentamiento institucional forma parte del nuevo equilibrio: uno en el que el poder se ejerce sin pudor y se impone sin consenso.
Las democracias occidentales se enfrentan ante el espejo. Ya no basta con declararse defensoras del orden internacional: deben decidir si están dispuestas a sostenerlo sin el respaldo de un EE.UU. impredecible. La Unión Europea, aún sin brújula que marque un norte claro, asiste al deterioro de su margen de maniobra. Y el sur global —de India a Brasil— observa, toma nota y negocia.
Ya no basta con declararse defensoras del orden internacional: deben decidir si están dispuestas a sostenerlo sin el respaldo de un EE.UU. impredecible
Las reglas del juego están cambiando. Ya no se pactan en foros multilaterales, sino en despachos cerrados, con alianzas que se compran y compromisos que se rompen sin aviso. El multilateralismo, si quiere sobrevivir, deberá reinventarse como herramienta pragmática, no como reliquia moral.
El orden liberal no se desmorona: está siendo reemplazado por un sistema transaccional, menos basado en normas y más en fuerza, cálculo y oportunidad. Ya no hay árbitros, solo players. Y quien no juegue, quedará fuera.
SOBRE LA FIRMA:
José Antonio Monago es portavoz adjunto del Senado del Grupo Popular. Forma parte también de la Diputación Permanente de dicha Cámara como miembro titular. Ha sido presidente de la Junta de Extremadura entre 2011 y 2015












