La política europea se encuentra en un punto crítico, atrapada entre las demandas cada vez más complejas de un mundo globalizado, una polarización de alta intensidad y la creciente desconfianza de los votantes hacia sus representantes electos. En este marco, la figura del tecnócrata ha emergido como una solución pragmática para problemas que parecen requerir conocimientos especializados más que retórica política.
Sin embargo, la dependencia de estos expertos plantea una pregunta inquietante: si permitimos que los tecnócratas, que no han pasado por las urnas, tomen decisiones clave, ¿qué nos impide pensar que, en el futuro, serán los agentes de inteligencia artificial (IA) quienes ocupen esos puestos de poder?
La figura del tecnócrata ha emergido como una solución pragmática para problemas que parecen requerir conocimientos especializados más que retórica política
La creciente tecnocracia europea ha sido, en muchos casos, la respuesta a la inestabilidad política. Países como Italia, con el caso de Mario Draghi, han optado por figuras expertas en lugar de políticos electos para enfrentar crisis económicas y energéticas. Si bien los tecnócratas traen consigo una promesa de eficiencia y conocimiento, carecen del mandato democrático que otorgan las urnas. Esta desconexión entre el poder y el voto puede tener consecuencias graves para la legitimidad de las decisiones políticas.

