La política europea se encuentra en un punto crítico, atrapada entre las demandas cada vez más complejas de un mundo globalizado, una polarización de alta intensidad y la creciente desconfianza de los votantes hacia sus representantes electos. En este marco, la figura del tecnócrata ha emergido como una solución pragmática para problemas que parecen requerir conocimientos especializados más que retórica política.
Sin embargo, la dependencia de estos expertos plantea una pregunta inquietante: si permitimos que los tecnócratas, que no han pasado por las urnas, tomen decisiones clave, ¿qué nos impide pensar que, en el futuro, serán los agentes de inteligencia artificial (IA) quienes ocupen esos puestos de poder?
La figura del tecnócrata ha emergido como una solución pragmática para problemas que parecen requerir conocimientos especializados más que retórica política
La creciente tecnocracia europea ha sido, en muchos casos, la respuesta a la inestabilidad política. Países como Italia, con el caso de Mario Draghi, han optado por figuras expertas en lugar de políticos electos para enfrentar crisis económicas y energéticas. Si bien los tecnócratas traen consigo una promesa de eficiencia y conocimiento, carecen del mandato democrático que otorgan las urnas. Esta desconexión entre el poder y el voto puede tener consecuencias graves para la legitimidad de las decisiones políticas.
En este entorno, surge un paralelismo que invita a la reflexión: ¿podríamos, en un futuro no tan lejano, ver a agentes de IA asumiendo el control en áreas donde tradicionalmente los humanos, electos o no, tomaban decisiones? Los avances en inteligencia artificial están creando sistemas cada vez más autónomos y capaces de gestionar tareas complejas sin supervisión directa.
Necesidad de la IA
Desde programar reuniones hasta realizar análisis financieros, los agentes de IA se están volviendo indispensables en muchos sectores. Y aunque aún no hemos llegado a un punto en el que estas inteligencias puedan gobernar países, su creciente presencia en la toma de decisiones organizacionales deja entrever un futuro en el que podrían hacerlo.
El riesgo de esta evolución no es sólo técnico, sino también profundamente democrático. Si permitimos que los tecnócratas, expertos en sus campos, pero no elegidos por la ciudadanía, tomen decisiones clave, ¿qué nos garantiza que no haremos lo mismo con sistemas de IA que, en teoría, podrían ser aún más eficientes que los humanos? Ya hemos visto cómo la automatización ha transformado industrias enteras, desplazando a millones de trabajadores. ¿Será la política el próximo terreno de conquista?
Desde programar reuniones hasta realizar análisis financieros, los agentes de IA se están volviendo indispensables en muchos sectores
La historia reciente de Europa nos advierte sobre los peligros de una desconexión entre la clase dirigente y el electorado. La tecnocracia puede ofrecer soluciones a corto plazo, pero al marginar a los votantes, erosiona la confianza en las instituciones democráticas. De igual manera, confiar en agentes de IA para la toma de decisiones podría llevar a un futuro en el que la política ya no sea el dominio de humanos responsables ante sus conciudadanos, sino de máquinas que operan según algoritmos opacos y lógicas un tanto inhumanas.
La tentación de ceder poder a tecnócratas o sistemas de IA radica en la promesa de eficiencia. Sin embargo, la política es más que eficiencia: es negociación, compromiso y, sobre todo, representación. Los tecnócratas y las IA pueden ser expertos en sus respectivos campos, pero carecen de la legitimidad que sólo se obtiene al enfrentar la voluntad popular en las urnas. Si cedemos este poder, corremos el riesgo de transformar nuestras democracias en sistemas fríos y desconectados, donde las decisiones no reflejan las preocupaciones y necesidades de los ciudadanos.
Política como proceso humano
En última instancia, tanto los tecnócratas como los agentes de IA tienen un lugar en el futuro, pero no deben ocupar el centro del escenario político. El debate, el escrutinio público y la rendición de cuentas siguen siendo los pilares de cualquier democracia funcional.
La tecnocracia puede ofrecer soluciones a corto plazo, pero al marginar a los votantes, erosiona la confianza en las instituciones democráticas
Si Europa ha de enfrentar los retos del futuro —ya sea la crisis climática, la migración o las inestabilidades económicas—, debe hacerlo con la convicción de que las decisiones que se tomen estén arraigadas en un mandato democrático. La política debe seguir siendo un proceso humano, imperfecto en muchas ocasiones, pero profundamente legítimo, y no una mera cuestión de eficiencia técnica o algorítmica.
Así que, cuando miramos al futuro, debemos preguntarnos: ¿queremos vivir en un mundo donde las decisiones las tomen aquellos que hemos elegido, o donde la política se convierta en el dominio de los que nunca pasarán por las urnas, ya sean tecnócratas o agentes de IA? La respuesta a esta pregunta determinará el rumbo de nuestras democracias en los años venideros.
SOBRE LA FIRMA
José Antonio Monago es portavoz adjunto del Senado (Grupo Popular) - Área de Defensa y Seguridad Nacional. Forma parte también de la Diputación Permanente de dicha Cámara como miembro titular. Ha sido presidente de la Junta de Extremadura entre 2011 y 2015


















