La Presidencia española del Consejo de la UE, ¿una oportunidad perdida?

Pedro Sánchez se ha cargado sin miramientos la presidencia europea con la convocatoria de elecciones anticipadas tras el fracaso del 28-M

Pedro Sánchez, que llevaba meses lanzando a los cuatro vientos que la presidencia europea era una prioridad vital y que nada en el mundo iba a trastocarla, se la ha cargado sin miramientos con la convocatoria de elecciones anticipadas tras el fracaso del 28-M.

Nunca tantas bellas frases significaron menos. Es evidente que Sánchez jamás habló en serio: la presidencia era importante cuando creía que le iba a ser electoralmente rentable. Ahora, con el desplome y la perspectiva de meses de pato cojo, pasa a la ofensiva desesperada con una campaña electoral de suciedad superlativa, como ya ha demostrado en sus primeros pasos, que es incompatible con una presidencia seria.

Las peleas locales en el barro van mal con Bruselas. No es que cada uno de los socios no tenga sus conflictos internos más o menos broncos, pero todos –bueno, casi todos— tienen la inteligencia y el buen sentido de procurar que no salpiquen mucho a su política europea, que es por razones obvias una política de consenso, de Estado. En la capital comunitaria, donde impera la cortesía, nadie dice nada en voz alta, igual que no se ha dicho en ocasiones similares; pero esta huida hacia adelante tan patente, sacrificando la presidencia a la supervivencia, no ha gustado; no hace ninguna gracia la subordinación del sistema a una apuesta personalista e instrumental que abarata los asuntos europeos.

Nunca tantas bellas frases significaron menos. Es evidente que Sánchez jamás habló en serio

A partir del 1 de julio, lo que tenía que ser un semestre lleno de energía y concentración en los problemas y prioridades de España y Europa pasa a ser un probable desperdicio repleto de interrogantes.

Y una presidencia es importante. Claro que lo es, señor Sánchez. España tiene la responsabilidad de coordinar las reuniones europeas y de dirigir los debates en los distintos organismos y comités, además de representar a la UE en el escenario global; y tiene la oportunidad de establecer prioridades y objetivos, controlar la agenda y facilitar la toma de decisiones.

Lamentablemente, ahora es aún más importante, porque este es el último semestre hábil completo para los avances o el cierre de los asuntos pendientes. Dentro de un año, el 9 de junio, hay elecciones europeas, y las instituciones responsables de la legislación en la UE, el Consejo y el Parlamento, pararán las maquinas dos o tres meses antes, en la primavera de 2024.

Europa pasa a ser un probable desperdicio repleto de interrogantes

En esta presidencia, solo la quinta de España desde 1986, hay asuntos muy destacados. Por ejemplo, la directiva sobre diligencia debida –el Parlamento acaba de aprobar su posición negociadora definitiva— para que las empresas asuman su responsabilidad y tomen medidas para prevenir o evitar violaciones de derechos humanos o de normas medioambientales. Por ejemplo, la propuesta de reconocimiento de paternidad para todos los niños cuya paternidad se haya establecido en un Estado miembro y se encuentren en una situación transfronteriza.

Por ejemplo, las indicaciones geográficas –que identifican los productos como originarios de una localidad o región cuando una determinada reputación es atribuible al origen- y el etiquetado nutricional –con la polémica de la discriminación hacia ciertos alimentos tradicionales—, ambos temas capitales para un país como España, en el que la alimentación y la gastronomía ocupan espacios decisivos.

Y más asuntos del semestre: la reforma de la gobernanza económica y la fiscalidad para dejar atrás el viejo Pacto de Estabilidad y Crecimiento; la normativa Euro 7 para reducir los niveles de contaminación; la reglamentación de la Inteligencia Artificial, con proyectos como las leyes de datos y la ciberseguridad; la reforma del mercado eléctrico europeo; el debate sobre el nuevo pacto migratorio; la ratificación del acuerdo con Mercosur para reforzar las relaciones entre la UE y América Latina y la actualización del acuerdo México-UE, además de la cumbre de julio entre la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) y la UE. Y, no menos importante para España, el debate sobre la candidatura de Madrid para albergar la sede de la nueva Agencia europea contra el blanqueo de capitales.

Total, nada. Pequeñeces.

Hay, ya, un parón obvio de la preparación del semestre en las semanas previas a la presidencia, después de tanto tiempo invertido. Hay una ausencia lamentable del presidente del Gobierno, que ya no interviene –como es lógico, en plena campaña electoral- ante el pleno del Parlamento europeo para explicar los planes de la presidencia en Julio.

Hay, en consecuencia, una distracción inevitable en el Ejecutivo que debería liderar el esfuerzo y en la Representación Permanente en Bruselas. Y hay una más que evidente incógnita sobre quién cerrará esta presidencia: sobre quién será el próximo presidente del Gobierno de España.

Todo ello es sin duda, pase lo que pase, una gran tarjeta de presentación para el hombre cuyo apetito por un cargo exterior es indisimulable. Ha quedado muy claro su orden de prioridades. Y es transparente y deplorable el hecho de que los cálculos electorales y la lucha agónica por la supervivencia desembocan en una mala decisión para los intereses –y el buen nombre— de España y para los intereses europeos.

SOBRE LA FIRMA

Adrián Vázquez Lázara (Madrid, 1982) es eurodiputado y presidente de la Comisión de Asuntos Jurídicos del Parlamento Europeo, es secretario general de Ciudadanos.
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