Si te mato no te olvido

El modo más extremo de hacerte con el poder es cargarte a tu adversario. Mandarlo al otro barrio

El modo más extremo de hacerte con el poder es cargarte a tu adversario. Mandarlo al otro barrio. Tal vez sea uno de los caminos más elaborados de cometer un asesinato, aunque habría que precisar si conviene hacerlo en sentido estricto o con el más letal de los destierros, como hicieron los ingleses con Napoleón condenándolo al ostracismo. Nada mejor que el destierro en una isla con habitaciones pintadas que ocultan arsénico -verde Scheele, un pigmento tóxico-.

Nuestro siglo XIX es un cúmulo de catastróficas desdichas, sobre todo en cuanto a crímenes políticos. Algunos presentan incógnitas – ¿quién mató a Prim? Sería el equivalente de ¿quién mató a Kennedy? -; otros fueron consecuencia de un sentimiento pasional que llevaba a exaltados anarquistas a usar la violencia para acabar con lo que consideraban un régimen opresor. Pistoletazo para Cánovas en un balneario. Tiro a quemarropa a Canalejas después de comprar bombones cerca de la Puerta del Sol. Eduardo Dato se libró por los pelos. Maura recibió una cuchillada al grito de “¡ja lo ves, Germinal!”. En el siglo XX la banda terrorista ETA hizo saltar el coche en el que iba Carrero Blanco.

El modo más extremo de hacerte con el poder es cargarte a tu adversario. Mandarlo al otro barrio

Todos estos son ejemplos del modo más extremo de actuar al margen de la ley. No es que hagan trampas, es que directamente rompen el tablero. Con lo difícil que es acordar unas normas.

La historia de la civilización se acompasa conforme a sus reglas. Del famoso “ojo por ojo” a la precisión del derecho romano. De juzgar bajo la superstición a fijar artículos, atenuantes, agravantes, decretos que proporcionen seguridad jurídica. Confianza. Porque de lo que se trata es de vivir mejor y para ello la ley debe prevalecer sobre venenos y conjuras, conscientes del valor de un cargo público. Como dice Joseph Campbell: “Cuando un juez entra en la sala de un tribunal y todos se ponen de pie, no están reverenciando al hombre sino a la toga que está usando y al papel que representa. Lo que hace digno de ese papel es su integridad, como representante de los principios de ese papel, y no un conjunto de prejuicios personales”.

En pleno mes de octubre los escaparates se llenan de objetos de Halloween. Para una generación nos sigue resultando extraño ver calabazas, telarañas de algodón y golosinas con apariencia de cuerpos putrefactos. Pero no dejan de ser disfraces de una noche que caen rendidos ante el sabor de los buñuelos de viento o las flores para nuestros verdaderos difuntos. La remembranza de aquello que sigue siendo nuestro. Porque es el olvido la muerte definitiva, como vimos en “Coco”, que nos dio a conocer la costumbre mexicana de alimentar a los fantasmas. Estamos hechos de entrañas, por eso las pasiones se sienten en el estómago y los empachos a base de caramelos traen pesadillas e historias de terror sin la comicidad de los especiales de los Simpson.

La Constitución del 78 nació fruto de esa cosecha ajena a los zombis, que aunó la visión de Estado y apartó diferencias. Que facilitó los Pactos de la Moncloa, la lucha contra el terrorismo y la posibilidad de entablar tertulias entre votantes de distintas ideologías. En este sistema, desaparecen presidentes en una moción de censura, líderes de partidos por falta de votos y se juzgan y condenan a los que quebrantan las normas por más que griten “¡truco o trato!”. Son los regímenes absolutos los que se deshacen de disidentes con sustancias similares a la ponzoña de los Borgia.

Dejemos que las leyes democráticas actúen y que las puñaladas se limiten a dardos en palabras. Los amantes que no dejan huella son aquellos a los que cantamos eso tan bonito de “se me olvidó que te olvidé”.

SOBRE LA FIRMA

Fátima Rivera de Alvarado es licenciada en Derecho. Master en Periodismo en El Mundo. Después de unos años trabajando en comunicación orientó su carrera hacia la docencia especializándose en Historia.
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