“Federalismo pragmático”: esta es la definición que Mario Draghi utilizó en su discurso al recibir el Princesa de Asturias 2025 para dar nombre a su llamamiento para que la UE no sea víctima del estancamiento y la falta de influencia en el mundo de hoy.
La intervención de Draghi no podía pasar desapercibida, como es lógico: hablamos de uno de los europeos con mayor autoridad para pronunciarse sobre el presente y el futuro de la Europa unida. Entre otras razones, porque, siendo presidente del Banco Central Europeo (BCE), tuvo la valentía y el acierto de sacarnos de la catástrofe económica y social en la que la austeridad a ultranza nos había sumido durante la crisis financiera iniciada en 2008.
Y lo hizo con una alternativa keynesiana a la crisis de la deuda, superando la ortodoxia que impedía al BCE preocuparse y ocuparse del crecimiento y el empleo: la compra de activos públicos y privados de forma masiva. La recuperación económica de la UE, gracias a la ruptura del dogal que los especuladores financieros le habían puesto en el cuello, será celebrada durante mucho tiempo.
Como keynesiana ha sido su propuesta para mejorar la competitividad europea, tan elogiada como poco implementada por las instituciones comunitarias. Una receta compleja en la que destacan dos elementos: el objetivo (la competitividad entendida no como un fin en sí mismo, sino como un instrumento para preservar el modelo social europeo) y los recursos (con su insistencia en los eurobonos, germen imprescindible para un Tesoro de la UE).
Antes ha habido muchas definiciones sobre lo que debería ser la orientación de la UE: federación de estados nación (la de Jacques Delors), la Europa de geometría variable, a dos varias velocidades o en círculos concéntrico, entre otras. La definición de Draghi expresa la imperiosa necesidad de evitar la parálisis de la unanimidad, algo indiscutible.
La cuestión si es factible llevar a la práctica ese “federalismo pragmático” sin romper la Unión, inventando extramuros nuevas construcciones. De no ser factible, el “federalismo pragmático” cambiaría su perfil para convertirse en un “pragmatismo de ruptura”, y la UE no está precisamente para debilitarse fraccionándose.
Al contrario, si asumimos la necesidad de que unos Estados miembro vayan más lejos que otros o con un ritmo diferente, ¿bastaría con aplicar los Tratados en vigor? MI respuesta es afirmativa.
Para ello deberían ponerse en marcha cooperaciones reforzadas o, en seguridad y defensa, cooperaciones estructuradas. De hecho, ya existen. Incluso la reforma de los Tratados sería posible sin acudir a un cambio lento, poniendo en marcha las pasarelas para transitar en muchos terrenos de la unanimidad a la mayoría cualificada y de los procedimientos legislativos especiales al ordinario.
Conviene no olvidar que, además, en áreas tan sensibles como la Política Exterior y de Seguridad Común, no solo está contemplado el uso de la mayoría cualificada en determinados supuestos, sino instrumentos inteligentes como la abstención constructiva. O que el mismo lanzamiento de una reforma “agravada” de los Tratados (con Convención) puede activarse por mayoría.
Por lo tanto, otorgar más competencias y recursos a la UE, o que algunos de sus Estados miembro decidan avanzar en la profundización política, debe y puede hacerse siempre de acuerdo con el derecho comunitario, sin romper el marco institucional único (que garantiza, no lo olvidemos, que no haya zonas de sombra en una construcción europea surgida siempre de la voluntad ciudadana expresada de las urnas, no de ningún arbitrismo) y dejando siempre la puerta abierta a la incorporación de aquellos socios que no se hubieran sumado a caminar más lejos y/o más deprisa en un primer momento.
Deberían ponerse en marcha cooperaciones reforzadas o, en seguridad y defensa, cooperaciones estructuradas
No obstante, Draghi sabe bien que el gran problema de la UE en estos momentos es de carácter político y estratégico, no de normas (aun siendo cierto que numerosas dificultades sí provienen de las mismas)
De carácter político, por el crecimiento de la extrema derecha, que puede terminar convulsionando un día el Consejo Europeo y el Consejo y que ya pesa en el Parlamento Europeo, en ambos casos por la erosión que la mayoría europeísta en la que se basa la UE, a consecuencia de un posible acercamiento a planteamientos ultras en el seno del Partido Popular Europeo.
De carácter estratégico, por la incapacidad para contar con una verdadera independencia de criterio respecto a los Estados Unidos, pero no solo ahora, con un Trump en la Casa Blanca que ha elevado el problema a la enésima potencia, sino incluso con Joe Biden como presidente: lo que vale para Ucrania, el Próximo Oriente o la relación con China o con el Sur Global.
Necesitamos, pues, afrontar un debate cultural y dar un combate político para conseguir que la gran mayoría ciudadana se reafirme activamente los valores fundamentales de la UE y aparte a los partidos europeístas de cualquier tentación de parecerse a quienes no creen ni en esos valores y ni en la construcción europea. Lo mismo que necesitamos actuar en el mundo con una auténtica autonomía estratégica abierta, que no pasa por la militarización como eje central, sino por una política exterior creíble de paz y seguridad en la que solo quepa una vara de medir (el derecho internacional).
Seguramente, eso sea lo más pragmático que podemos hacer hoy. Da igual que esa sea el adjetivo del federalismo en el que muchos consideramos reside la hora y el porvenir de la UE.
SOBRE LA FIRMA:
Carlos Carnero González (Madrid, 1961) ha sido eurodiputado, miembro de la Convención que redactó la Constitución Europea, diputado a la Asamblea de Madrid, Embajador en Misión Especial y Director Gerente de la Fundación Alternativas.













