El dirigente ultraderechista José Antonio Kast, en su tercer intento presidencial, llega finalmente a La Moneda tras imponerse este domingo en la segunda vuelta a la candidata progresista Jeannette Jara, con un programa que recupera las mismas consignas que en su día utilizó el dictador Augusto Pinochet para justificar el golpe de Estado: orden, mano dura, defensa de los valores tradicionales y ese “hacer grande al país otra vez” que abrazan los seguidores del trumpismo.
Es la primera ocasión en que la ultraderecha chilena accede al poder por la vía electoral, al término de una campaña políticamente estéril en la que ambos aspirantes han recurrido a explotar los temores del electorado: desde el lado de Kast, agitando el miedo al comunismo que Jara no representa pese a su militancia; desde el de la progresista, recordando el legado de la dictadura de Pinochet.
El triunfo de Kast se enmarca en la ola ultraconservadora que se ha ido extendiendo por América Latina en los últimos años, con algunas aparentes excepciones que podrían no consolidarse a la espera de las citas electorales del próximo año en países como Brasil o Colombia, o de lo que ocurra en Venezuela a medida que continúa la presión de un Estados Unidos que promete créditos y ayuda a cambio del apoyo a sus “candidatos”.
El desacomplejado seguidor de Pinochet ha capitalizado el voto del descontento de una sociedad chilena que, en un 58 por ciento, ha apostado por ese “gobierno de emergencia” con el que ha prometido atajar una fuerte sensación de inseguridad que no se corresponde con las estadísticas de criminalidad real, abordar la crisis migratoria y responder a las expectativas económicas de una clase media tensionada.
Aun así, Kast se verá obligado a moderar su discurso —una tarea en la que lleva tiempo empeñado— y a rebajar sus aspiraciones iniciales, ya que deberá lidiar con un Parlamento muy equilibrado en el que estará forzado a negociar de forma constante.
El seguidor de Pinochet, hijo de un nazi
Tras su derrota en las presidenciales de 2021, cuando parte de la derecha tradicional condicionó su respaldo en la segunda vuelta frente al actual presidente, Gabriel Boric, a que asumiera determinados compromisos democráticos, Kast ha tratado sin éxito de presentarse como una figura más moderada ante la opinión pública.
Sin embargo, su biografía pesa. El próximo presidente de Chile es hijo de Michael Kast, un nazi con carné del partido que, como tantos otros, huyó a América Latina en busca del refugio que ofrecían las dictaduras fascistas que entonces dominaban la región.
Kast intentó restar importancia al pasado de su padre alegando que se vio obligado a integrar el Ejército alemán, una versión que fue rebatida por Associated Press, que difundió documentación que demostraba que el joven Michael se afilió voluntariamente y formó parte también de las Juventudes Hitlerianas.
Ya instalado en Chile, Michael Kast prosperó como muchos otros con ese mismo pasado, oponiéndose a los procesos democráticos, como el de Salvador Allende, y respaldando a las dictaduras que les dieron cobijo. Otro de sus diez hijos, Miguel, se convirtió en uno de los ‘Chicago Boys’ que marcaron profundamente las políticas neoliberales aplicadas durante la dictadura de Pinochet, periodo en el que también fue ministro.
En cuanto a José Antonio Kast, inició su trayectoria política siempre bajo el paraguas de fuerzas y postulados ultraconservadores, aunque no fue hasta 2019 cuando, junto a otros nostálgicos del régimen militar, fundó el Partido Republicano. Antes ya había hecho campaña a favor de que Pinochet continuara en el poder en el plebiscito de 1988.
En 2017, cuando se presentó por primera vez a la Presidencia, llegó a declarar que, si pudiera, votaría por Pinochet. De forma sistemática ha evitado referirse a aquel periodo oscuro de la historia chilena —con unas 40.000 víctimas de tortura, prisión, asesinato y desaparición— como dictadura, de la que “cierto aspectos son rescatables”, llegó a afirmar el hoy presidente de Chile.
Su ideario incluye también el rechazo al aborto y al matrimonio entre personas del mismo sexo, y ha asumido la cruzada ‘trumpista’ contra la inmigración, con promesas de cierre de fronteras, deportaciones masivas y la creación de un cuerpo policial específico para la persecución del migrante, siguiendo el modelo de Estados Unidos.











