Mientras el mundo examina obsesivamente el interminable conflicto entre Israel y Palestina, una catástrofe aún más devastadora se despliega en Sudán bajo la mirada indiferente de la comunidad internacional y los medios de comunicación. Esta guerra ha cobrado más de 150.000 vidas y ha desplazado a millones, sumiendo al país en la peor crisis humanitaria de las últimas cuatro décadas. Sin embargo, las cámaras, los titulares y las voces que claman por justicia en Oriente Medio parecen haberse quedado mudas cuando se trata de Sudán.
Algunos han adoptado la causa palestina como un símbolo de resistencia contra la opresión, utilizando retóricas que van desde acusaciones de genocidio hasta paralelismos con el Holocausto. Las manifestaciones en apoyo a Palestina han llenado las calles de ciudades en todo el mundo, mientras las discusiones en redes sociales acaparan un público masivo. Sin embargo, en el caso de Sudán, un conflicto infinitamente más brutal y con profundas implicaciones geopolíticas, la respuesta ha sido apenas un susurro. No recuerdo un informativo en los últimos meses en nuestro país desarrollando este problema, ni una tertulia, algunos flashes en prensa escrita, y poco más.
Mientras el mundo examina obsesivamente el interminable conflicto entre Israel y Palestina, una catástrofe aún más devastadora se despliega en Sudán
¿Por qué esta diferencia tan marcada? Una razón clave es que la narrativa del conflicto israelí-palestino encaja fácilmente en marcos ideológicos preexistentes. Es un conflicto que ofrece una narrativa clara de opresores y oprimidos, resonando profundamente en un público ya polarizado. En contraste, la guerra en Sudán no se presta a tales simplificaciones. Es un conflicto complejo, con múltiples facciones y actores externos, que desafía cualquier intento de reducirlo a un simple juego de buenos y malos.
La guerra en Sudán estalló en abril de 2023 entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y la milicia paramilitar de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF). Lo que comenzó como una lucha por el poder entre dos facciones rivales, rápidamente se convirtió en una crisis humanitaria masiva, con implicaciones que trascienden las fronteras del país. Este conflicto tiene el potencial de desestabilizar toda la región del Cuerno de África, y su proximidad al Mar Rojo y al Canal de Suez lo convierte en una amenaza directa para el comercio global.
A medida que el conflicto se prolonga, Sudán corre el riesgo de convertirse en un estado fallido, un caldo de cultivo para el terrorismo y un nuevo foco de inestabilidad en una región ya de por sí volátil. Sin embargo, la respuesta internacional ha sido tibia. Mientras que el Consejo de Seguridad de la ONU se ha reunido de emergencia para discutir la situación en Gaza, Sudán ha quedado relegado a un segundo plano, víctima de la indiferencia y la parálisis política. China y Rusia, con sus propios intereses en la región, han bloqueado cualquier esfuerzo significativo para imponer sanciones o detener la violencia.
El silencio en torno a Sudán no solo es moralmente insostenible, sino también peligrosamente miope. Las implicaciones geopolíticas de este conflicto son enormes. Actores regionales como Egipto, Arabia Saudita e Irán ya están maniobrando para asegurar sus intereses en la región, lo que podría llevar a una mayor militarización y a una competencia feroz por el control de recursos estratégicos como el acceso al Mar Rojo.
A medida que el conflicto se prolonga, Sudán corre el riesgo de convertirse en un estado fallido
Mientras tanto, Europa se enfrenta a la posibilidad de una nueva ola de migración masiva desde Sudán, similar a la crisis que siguió a la guerra civil en Siria. Hoy, una gran parte de los migrantes que intentan cruzar el Canal de la Mancha hacia el Reino Unido son sudaneses, una tendencia que se intensificará si el conflicto continúa. Y, sin embargo, la respuesta en Europa ha sido, en el mejor de los casos, ambivalente.
La hipocresía es evidente. Mientras las tragedias en Gaza y Ucrania son discutidas en cada foro internacional, con movimientos políticos que se alinean en torno a causas convenientemente ideológicas, la guerra en Sudán se desarrolla en la oscuridad. Las vidas perdidas en Jartum parecen pesar menos en la balanza política mundial, simplemente porque no encajan en un relato útil para ganar elecciones o para movilizar a las bases partidistas.
Europa se enfrenta a la posibilidad de una nueva ola de migración masiva desde Sudán, similar a la crisis que siguió a la guerra civil en Siria.
Es una obligación moral que la comunidad internacional despierte ante la gravedad de la situación en Sudán. La inacción no solo condena a millones de personas a una muerte segura por violencia o hambre, sino que también siembra las semillas de futuras crisis que podrían desestabilizar una región crítica para la seguridad y el comercio global. Sudán no puede ser dejado a su suerte, ignorado simplemente porque su tragedia no es conveniente para los discursos políticos del momento.
El mundo debe recordar que la justicia y los derechos humanos no son valores negociables ni selectivos. Las vidas en Sudán son tan valiosas como las de cualquier otra parte del mundo, y es hora de que se les preste la atención y la acción que merecen. Aunque Sudán no tenga una bandera que lo simbolice en las manifestaciones, debe ser digno de nuestra preocupación. Es una cuestión de humanidad.
SOBRE LA FIRMA
José Antonio Monago es portavoz adjunto del Senado (Grupo Popular) - Área de Defensa y Seguridad Nacional. Forma parte también de la Diputación Permanente de dicha Cámara como miembro titular. Ha sido presidente de la Junta de Extremadura entre 2011 y 2015